«Habría que educar a los niños a leer un periódico». / TVE
ROSA MARÍA CALAF CORRESPONSAL DE TVE EN PEKÍN

«El telediario no distingue entre niños desnutridos y futbolistas millonarios»

A sus 62 años, la veterana periodista cerrará su carrera tras cubrir los Juegos Olímpicos de Pekín

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Una entrevista con Rosa María Calaf no es sólo una lección magistral de Periodismo, sino sobre la vida. Decana de los corresponsales españoles en el extranjero y pionera en la incorporación de las mujeres a los medios de comunicación, Calaf lleva trabajando en Televisión Española desde que comenzara su brillante carrera profesional en el centro de Miramar, en Barcelona, allá por 1970. A sus 62 años, estaba incluida en el Expediente de Regulación de Empleo con el que el ente público tenía previsto prejubilar a sus profesionales más veteranos, pero, a última hora y cuando ya tenía las maletas hechas, la dirección le propuso culminar su trayectoria trasladándose desde Hong Kong a Pekín para cubrir los Juegos Olímpicos de este año.

-Después de tres décadas recorriendo todo el mundo como periodista, ¿le queda algo por hacer?

-Por supuesto. Este año en Pekín voy a seguir aprendiendo mucho más, ya que se trata de vivir en una cultura tan distinta como la china desde dentro. El periodismo es algo más que un trabajo, es una pasión y, además, te pagan por ello.

-Entonces, estará encantada de que en TVE hayan decidido seguir contando con usted un año más.

-Lo primero que hice fue agradecer a TVE el que se hubiera considerado que podía servir para algo (risas). Con el ERE, daba la impresión de que no importaba si estábamos o no, lo que es bastante triste después de 30 años de trabajo. De todas maneras, también supuso un poco de desconcierto porque ya lo tenía todo preparado para regresar a España, aunque estoy acostumbrada a improvisar.

-¿Cómo y cuánto ha cambiado la televisión a lo largo de su carrera?

-Se ha producido un deterioro del Periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista.

-¿Cuál es la responsabilidad de la televisión pública en todo esto?

-Es tremenda. Para empezar, habría que educar a los niños a leer un periódico o a ver la televisión, ya que estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos. Por eso, la televisión pública debe escapar de la dictadura de las audiencias.

-¿Qué es lo peor que ha visto?

-Lo peor de mi experiencia profesional fue cubrir a mediados de los años 80 el terremoto de México, donde murieron 35.000 personas. Lo que más me impresionó fue la resignación de la gente, que ni siquiera protestaba porque ya se sienten como los parias del mundo que siempre se llevan la peor parte. Por otra parte, en Mostar me encontré con una mujer croata cuyo marido e hijo, que iba a un colegio musulmán, habían sido asesinados por los serbios, mientras que a su hija la habían violado los musulmanes.

En los Hollywood

-¿Y lo mejor?

-Me causó una gran emoción retransmitir los Oscar durante varios años y conocer a Jon Voight y a figuras como Marcelo Mastroniani y a Giuletta Massina. Por otra parte, en Latinoamérica presencié el paso a la democracia de Argentina y Chile y el inicio del neoliberalismo y la globalización. Además, estar en la Unión Soviética cuando se desmoronaba fue una experiencia única, pues cuando llegué y descubrí que ese sistema ya no funcionaba, cambió la mentalidad que yo traía desde fuera sobre la utopía comunista.

-¿Qué ha aprendido después de todos estos años?

-Como periodista y como ser humano, en este trabajo te encuentras en situaciones límite para nuestra mentalidad, pero también a gente muy básica, por ejemplo de la Altiplanicie boliviana, con razonamientos psicológicos y sociales muy profundos. Todas estas experiencias te cambian, como cuando conocí a un conductor africano que nos encontramos en pleno desierto porque su vehículo se había roto y su compañero había ido a buscar ayuda. Nos contó que la última vez que había tenido una avería similar había estado esperando seis meses sobreviviendo a base de la ayuda que le daba la gente que pasaba por allí, lo cual es inconcebible para nosotros. Enseguida pensaríamos que íbamos a morir de hambre.