CENTRO DE LA TRAGEDIA. El Papa dialoga con el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, en el atrio colocado en el centro de la plaza creada tras el 11-S. / REUTERS
MUNDO

Consuelo papal en la Zona Cero

Benedicto XVI pide la paz mundial y conforta a familiares de las víctimas del 11-S en «un escenario de increíble violencia y dolor»

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El último día del papa Benedicto XVI en tierras estadounidenses estuvo cubierto por una neblina grisácea que acompañó a la melancolía del momento. El Pontífice acudió ayer a la Zona Cero, donde pidió la paz mundial en el mismo escenario neoyorquino en el que un doble atentado terrorista acabó con la vida de al menos 2.700 personas y borró de un plumazo la majestuosidad de las Torres Gemelas.

Pese a haber transcurrido ya casi siete años de la monstruosa tragedia, la visita del Papa al emblemático lugar se convirtió en un acto de conciliación para muchos de los familiares que perdieron a un ser querido el 11 de septiembre de 2001. El Santo Padre estuvo acompañado por veinticuatro representantes de la víctimas de los ataques. Entre ellos se encontraba el subdirector del cuerpo de bomberos, James Riches, que perdió a su hijo en el derrumbe de una de las torres.

Para Riches, la bendición impartida por el Papa supuso «un pequeño consuelo» dadas las circunstancias. Al fin y al cabo, muchos familiares no han conseguido recuperar los restos de sus seres queridos, por lo que la visita del obispo de Roma sacralizó la idea de proveer el descanso eterno a las almas de los que perecieron en tal funesta jornada.

El Pontífice, protegido con un abrigo sobre su sotana, se trasladó a primerísima hora de la mañana hasta la parte baja de Manhattan en el 'papamóvil, donde caminó por una rampa flanqueada por banderas hasta alcanzar un pequeño púlpito adornado con los colores del Vaticano, blanco y amarillo. Allí, varias personas, entre ellas cuatro miembros de los equipos de rescate, varios supervivientes, y familiares de víctimas le esperaban cabizbajos. El escenario estuvo presidido por un gran cirio blanco que simbolizaba la resurrección.

Tras el solemne silencio que acompañó a las últimas notas de un cello, Benedicto XVI subió al estrado acompañado por el cardenal de Nueva York, Edward Egan. Previamente, el Papa se arrodilló frente al cirio y alzó sus manos. Las primeras palabras de su oración fueron para calificar el lugar donde se encontraba como «el escenario de increíble violencia y dolor». Por esa misma razón pidió a Dios que otorgase «luz y paz eternas» a aquellos que perecieron en los ataques.

Recuerdo a los heridos

También hizo mención a las familias que todavía guardan el duelo en sus corazones y tuvo un recuerdo para los heridos cuyas dolencias no han terminado de sanar. «Abrumados por la magnitud de esta tragedia, buscamos (Dios) tu luz y tu guía, cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste», señaló el Pontífice.

Al término de la oración, Benedicto XVI roció la zona con agua bendita y conversó en privado con algunos de los asistentes al acto, entre los que se encontraban el alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg; el gobernador de Nueva York, David Paterson; y su homólogo de Nueva Jersey, Jon Corzine. A continuación, Ratzinger se dirigió al estadio de los Yankees, donde ofició una misa multitudinaria, tal y como habían hecho sus predecesores Pablo VI, en 1965, y Juan Pablo II hace doce años. Nada más acabar la ceremonia religiosa, el Papa partió de vuelta al Vaticano, dando por finalizada su visita.

Sin embargo, el Pontífice no quiso abandonar suelo estadounidense sin referirse a su pasado militante en las juventudes hitlerianas. En un encuentro celebrado el sábado con 3.000 jóvenes en el campus del seminario de Saint Joseph, aseguró que el nazismo fue «un monstruo». «No necesitáis decirme que existen dificultades: los caminos que parecen dirigir a la felicidad pero en realidad sólo terminan en confusión y miedo», confesó.