SOMOS DOSCIENTOS MIL

Gracias alcaldesa

La mayoría de quienes nos dedicamos al noble arte de la columna periodística pasamos un mal rato, a raíz de que nuestro anterior Alcalde, posteriormente reconvertido en incómodo Concejal durante toda una legislatura, decidiera abandonar la política activa. No exagero al afirmar que algunos columnistas locales fueron hallados al borde de un precipicio, pues sus vidas, sin tan especial personaje, habían perdido cualquier razón de ser.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pacheco se nos fue y con él nuestras alegrías, podría cantar una Sevillana. ¿Qué fácil resultaba localizar temas para la columna semanal! Bastaba con bucear entre sus declaraciones, sus gestos, sus manías, sus compañeros de footing, sus amigos o sus enemigos, primero como Alcalde, después como Concejal de Urbanismo, y era posible hallar todo un filón inagotable de temas que ofrecer a nuestros entrañables lectores.

Con la llegada de la actual Alcaldesa, a quien merecidamente dedico las presentes líneas en señal de gratitud eterna, los columnistas comenzamos a pensar que nuestras humildes existencias carecían de razón de ser. Distintas patologías psiquiátricas se iban adueñando de nuestras mentes. Algunos cayeron en profundas y terribles depresiones que resultaban inmunes a cualquier tratamiento médico, por mucho prozac que se prescribiera al paciente. A otros la angustia y la ansiedad hicieron rauda mella en sus cerebros, llevándolos a extremos que no puedo narrar en estas líneas, so riesgo de caer en la más absoluta de las crueldades.

Anunciaba la Alcaldesa una marea negra para paliar el deficiente estado del firme de nuestras calles, y no habían pasado ni veinticuatro horas cuando las calles jerezanas se llenaban de maquinarias, operarios, camiones llenos de alquitrán y todo cuanto era necesario para efectuar tal cometido. La rotonda del Minotauro, en la que tantos empastes han perdido mis maltrechas muelas, pasaba a ser una dulce balsa de aceite por la que nuestros vehículos se deslizaban sin una sola trepidación, sin un ruido pura delicia. Decía Pacheco que iba a visitar las obras de un parking y, cuando llegaba, Doña Pilar ya había desayunado con los trabajadores, a base de café con leche y molletes con aceite y jamón.

Era que la Alcaldesa anunciara una actuación, y a las pocas horas comenzaba a tomar forma. Temas sobre los que cualquier esperanza habíamos perdido los jerezanos, de repente renacían con nuevos bríos al punto de que nuestra regidora era capaz de poner cualquier cosa en marcha con una diligencia desconocida en la zona. Jamás ojo humano presenció tal capacidad. Hasta la Junta de Andalucía descubrió -veintidós años después-, que Jerez tenía un Circuito, del que incluso pagó su canon para el mundial.

Y ante tal panorama ¿qué cronista era capaz de lanzar uno solo de nuestros envenenados dardos contra tan fiel y pulcra cumplidora? Imposible. La profesión de cronista jerezano llegaba a su final. En el futuro inmediato no existirían más cronistas, y los que aún quedábamos buscábamos cualquier trabajillo para poder seguir llevando a casa tan humilde jornal.

Sin embargo un día todo cambió. Ya lo dijo el refrán: «no hay mal que cien años dure, ni persona que lo aguante». Nuestra local regidora comprendió que su forma de actuar llevaría a la ruina a familias completas de columnistas y decidió que, igual que asfaltaba toda una rotonda en un plis-plas, también podía dejar al mismísimo Pacheco -en su faceta de fuente inagotable de columnas- a la altura del mismísimo betún.

Dicho y hecho: una revisión catastral sin precedentes en nuestra historia democrática; una ciudad blindada a cal y canto a cuantos motoristas venían al mundial, conculcando cualquier derecho constitucional a la libre circulación por el Estado Español y, lo último -entre otras vicisitudes-, un inexplicado y misterioso viaje a la mismísima China, con el otrora guardaespaldas hoy reconvertido en flamante asesor de alcaldía, que permiten a Doña Pilar ocupar por méritos propios el centro del mismísimo ojo del huracán.

Gracias Doña Pilar. Gracias por preocuparse de que los columnistas, como el aquí firmante, no quedemos sin trabajo por falta de historietas. Gracias por esmerarse en dejar a Pacheco a ras del suelo. Gracias, en definitiva, por hacer bueno aquel viejo verso de Jorge Manrique, según el cual: «cualquier tiempo pasado fue mejor ». Gracias, finalmente, por haber logrado suceder con suma dignidad a su predecesor en el cargo. Con Alcaldesas como usted, el futuro y la buena salud de esta columna quedan para siempre garantizados