Cultura

La venganza de las musas

El regreso de Ruiz Zafón hace renacer el fenómeno del best-seller. A lo largo de la historia, grandes nombres de la literatura han encabezado la lista de los libros más vendidos

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El 17 de abril las librerías de España recibirán un millón de ejemplares de un nuevo libro de autor nacional, algo hasta ahora desconocido en nuestro idioma. Se trata de El juego del ángel, y lo firma Carlos Ruiz Zafón. Autor de una novela simplemente correcta pero bonita y entretenida, La sombra del viento, vendió de ese libro diez millones de ejemplares. La cifra evidencia la expectación ante su nueva novela, que se espera con la misma impaciencia que las muy publicitadas de Harry Potter. Zafón es el ejemplo más inmediato, más inminente. Pero aún hay más. Pasen y vean.

Winston Churchill 1908. Boris Pasternak 1958. John Grisham 1998. Estos tres nombres tienen poco en común. Apenas nada. Los dos primeros recibieron el Premio Nobel de Literatura. Churchill por sus libros de Historia. Pasternak por su obra maestra El doctor Zhivago y por su heroica resistencia al estalinismo. Grisham es un producto comercial, autor de ficciones de consumo para pasar el rato. Lo que les une es que hace cien, cincuenta y diez años fueron los autores más vendidos en Inglaterra. Hasta la Segunda Guerra Mundial, en los tiempos en que la televisión no había impuesto la inmediatez como el elemento principal del ocio, los hábitos de lectura eran más pausados, más aptos para la lentitud, para el disfrute del estilo, de la calidad, mientras que la costumbre de la rapidez hizo que se adaptara el gusto literario del común de los lectores a esos modos de narración apresurados, escuetos.

Brown, como un serial

Un ejemplo modélico reciente de ese ritmo apresurado son las novelas de Dan Brown, construidas en forma de capítulos breves en los que la narración siempre se detiene en un momento álgido, a la manera de los viejos seriales.

Resultado de ese modo de encarar la literatura no como un arte sino como un entretenimiento comercial hace que surjan productos extraños como las novelas que firma Víctor Saltero y son publicadas por la ignota editorial Imser Siglo. Su calidad es muy baja, la identidad, y el rostro, del autor se desconocen, y más extraño es el gasto publicitario. El ejemplo de Saltero es elocuente. Corresponde a un tipo de literatura que opta por un éxito rápido y un olvido fulminante. Frente a él hay nombres como el de Arturo Pérez-Reverte, que sabe forjar libros triunfales que serán aclamados por las masas. Pero que al menos están bien escritos. Y visto el panorama, eso es mucho.

Pero volvamos la vista atrás. Todavía se recuerda a Vicente Blasco Ibáñez, tal vez el mejor ejemplo de autor superventas de los tiempos en que la literatura no se había contenido de las prisas catódicas o digitales. Pero hay otros novelistas que fueron auténticos ídolos populares, con las flaquezas inevitables que, al igual que sucederá con otros autores actuales, que encontraron en el olvido la más piadosa coartada. Wenceslao Ayguals de Izco, Felipe Trigo y el Caballero Audaz son elocuentes ejemplos del varapalo de las décadas, de la lenta venganza de las musas.

Clásicos de segunda mano si no fuera porque este tipo de librerías se encuentran llenas de títulos más recientes que en su tiempo disfrutaron del éxito comercial. Los nombres de Maxence van der Meersch, Lajos Zilahy, Frank Slaughter o Vicki Baum son los de autores de ventas millonarias de generaciones anteriores a la de Frederick Forsyth, Harold Robbins, Dominique Lapierre y Larry Collins que representan, allá por los años sesenta y setenta, la edad de oro del best-seller internacional. El olvido de Meerssch, Zilahy, Slaughter y Baum indica la avidez del olvido, ya que la generación siguiente está destinada a compartir el silencio, mientras los autores actuales, con sus tiradas millonarias, pasarán también a habitar la fosa común del papel ajado.

De Eco a Suskind

Tal vez se salven los autores cuyas obras recibieron la elocuente calificación de best-sellers de calidad. El nombre de la rosa de Umberto Eco recibió ese honor por parte de la crítica, al igual que El perfume de Patrick Suskind, y algo similar se adjudica al italiano Alessandro Baricco. Si se contempla la lista española de los diez libros más vendidos a día de hoy, en ella se encuentran novelas que se pueden calificar como best-sellers, con la salvedad de que la primera y la sexta de ellas pueden acogerse a una cierta o notoria calidad: John Boyne, con El niño con pijama de rayas, y Pérez-Reverte, con Un día de cólera. Federico Moccia (representante de lo que antes supuso su compatriota Susana Tamaro), J. K. Rowling, Ken Follett y Noah Gordon figuran en la relación. No es aventurado predecir el veloz desvanecimiento de la fama de Moccia, mientras Rowling perdurará unas cuantas décadas más gracias a que convirtió en lectores a los que ahora son niños y jóvenes. Follett y Gordon pasarán a unirse, cuando otras décadas más hagan su inclemente labor de zapa, a los anaqueles del polvo y la carcoma. Como sucederá a Alberto Vázquez Figueroa y a los que hoy perpetran fantasías templarias, con o sin griales.

De todos modos, ser el libro más venido no supone que se haya renunciado a la calidad ante las necesidades del mercado. Si volvemos a la lista de referencia usada para conocer lo que más se vendía hace un siglo, cincuenta y diez años, encontramos que en 1917 la lista la encabeza H. G. Wells, Blasco Ibáñez en 1919, Sinclair Lewis en 1921 y 1927, Thornton Wilder en 1928, Erich Maria Remarque en 1929, Pearl S. Buck en 1931 y 1932, John Steinbeck en 1939.

A partir de ese momento, los nombres que suelen aparecer en los manuales de literatura desaparecen para dejar paso a Stephen King, John Grishan, Robert Ludlum o James Michener. Con la muy honrosa excepción de 1969, cuando el rey de las ventas fue Philip Roth con El lamento de Portnoy. En todo caso, sigamos leyendo. Lo que nos guste. Que se venda o no, que se olvide o se recuerde, es baladí. Nadie nos quitará el disfrute del momento. Ni siquiera las musas con su venganza.