Sociedad

El Pressing Catch europeo congregó en La Isla a más de 3.000 aficionados

La empresa organizadora ofreció casi tres horas de combates ininterrumpidos Los niños fueron las estrellas de la gala

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El pabellón de la ciudad deportiva de Bahía Sur se vistió ayer de gala para dar la bienvenida al espectáculo de la lucha libre. El popular Pressing Catch consiguió congregar a más de 3.000 incondicionales de este deporte, que abarrotaron las gradas del recinto para disfrutar de casi tres horas de combates organizados por la empresa Eventos de Wrestling Europeos.

Como era de esperar, los más pequeños se convirtieron en los grandes protagonistas de la jornada, consiguiendo contagiar el interés por la lucha libre a sus sacrificados padres y familiares. La proliferación entre los niños de máscaras, pancartas, camisetas y réplicas de cinturones de distintos campeonatos volvió a dejar constancia de que el wrestling afronta una de sus épocas más populares.

La gala presentó todos y cada uno de los excesos propios de estos espectáculos, desde los efectos pirotécnicos hasta la música estridente, pasando por una colorida iluminación.

La joven audiencia comenzó el espectáculo con cierto recelo, ya que el cuadrilátero estaría ocupado por desconocidos luchadores europeos y todos temían que éstos no estuvieran a la altura de sus ídolos televisivos norteamericanos. Afortunadamente, las reticencias no tardaron en desaparecer y en cuestión de minutos los pequeños se dejaron seducir por las mañas de los luchadores.

El bien y el mal

La inocencia de gran parte de la audiencia le permitió disfrutar sin prejuicios del clásico planteamiento del Pressing Catch: el enfrentamiento entre las fuerzas del bien, representado por luchadores apuestos y valerosos, y el mal, personificado en mezquinos villanos casi siempre enmascarados o embutidos en unas mallas negras. Los niños mostraron en todo momento su complicidad con los combatientes y no dudaron en jalear a los buenos y abuchear intensamente a los malos.

Por su parte, los luchadores cumplieron con sus papeles a la perfección, escenificando con éxito la solución a conflictos dignos de los mejores culebrones televisivos, como viejos rencores, revanchas profesionales o enfrentamientos entre alumnos y maestros. La liturgia de la lucha libre marcó también el desarrollo de los distintos combates, en los que una serie de acrobacias perfectamente ensayadas siempre daban paso a ciertas complicaciones y, finalmente, a una victoria pírrica.

El colorido también llegó de la mano de los luchadores, que apoyaron sus destrezas en un llamativo vestuario y en apodos tan sonoros como The Metal Master, Crazy Sexy o Evil Dragon.