Opinion

Persistencia etarra

El fallo en la detonación del primero de dos artefactos explosivos colocados como trampa para atentar contra la vida y la integridad de los miembros de la Guardia Civil que acudieran al lugar de su estallido impidió ayer que ETA lograra su objetivo de asesinar. El intento frustrado en un repetidor ubicado en la localidad navarra de Lapoblación no es el primero y, desafortunadamente, hay razones para pensar que tampoco sea el último de cuantos ataques pretenda llevar a cabo la banda terrorista.

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De ahí que resulte imprescindible que las instituciones y las formaciones democráticas se esmeren en combatir la violencia etarra mediante el apoyo a la actuación de la Justicia y de las fuerzas policiales, así como a través del aislamiento político y social de cuantas expresiones públicas tratan de dar cobertura a la ignominia terrorista. Un compromiso ineludible frente al que resulta exasperante la parsimonia con la que, a instancias del nacionalismo vasco, se ha decidido proceder en Euskadi al emplazamiento institucional a ANV. Si ni siquiera el asesinato de Isaías Carrasco condujo al PNV y a las formaciones que le secundan a reaccionar inmediata y tajantemente contra los cómplices del terror, resulta más que dudoso que la doble bomba colocada en Lapoblación suscite una mayor toma de conciencia en el nacionalismo respecto a la amenaza que la debilitada ETA continúa manteniendo. Es de desear que gracias a la actuación preventiva de las fuerzas y cuerpos de seguridad o debido a la impericia de los propios activistas etarras la banda terrorista no logre alcanzar su objetivo de seguir matando. Pero si ello ocurriera, la cuidadosa y tantas veces ambigua actitud del nacionalismo ante ETA y ante la ilegalizada izquierda abertzale se haría acreedora del más severo reproche social.