LA CAMPAÑA EN LA CALLE. Carteles electorales llenan los paneles instalados por el Ayuntamiento e incluso los troncos de los árboles en un parque de Roma. / AFP
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Veltroni sueña con la sorpresa

Berlusconi llega desgastado a las elecciones de hoy y, pese a su ventaja, el tirón de su rival deja abierto el resultado

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El jueves, en su programa favorito de televisión, Silvio Berlusconi tendió la mano al presentador: «Huela, huela...». Bruno Vespa, el inenarrable moderador de 'Porta a porta' en RAI Uno, se inclinó obediente y olisqueó la mano del magnate. «¿Lo ve? ¿Olor de santidad!», espetó 'Il Cavaliere' partiéndose de risa. Era, en teoría, el momento culminante de la campaña para presentar su programa a Italia, un país que no está para bromas. Consistió, en realidad, en tres horas de monólogo, con chistes y promesas de repertorio. El líder de la derecha, agrupada en el Pueblo de la Libertad (PDL), catorce años después de presentarse a sus primeras elecciones, acude hoy a las quintas con la misma fórmula. Italia se ha acostumbrado a ser una anomalía política de corte bananero. Como en las últimas citas, la pregunta es si ganará Berlusconi.

Los últimos sondeos, de hace dos semanas, decían que sí, y por seis puntos, aunque su ventaja se reducía. Parecía la alternativa lógica al descalabro de Romano Prodi, que sólo duró dos años con una endeble coalición de nueve partidos. Sin embargo, los comicios se deciden en Italia en los últimos días y 'Il Cavaliere' ha llegado cansado, afónico y desgastado a la recta final. Su único argumento era él mismo, pero más que nunca ha dado la sensación de repetirse, de representar lo viejo. A Walter Veltroni, líder del Partido Demócrata (PD), se le ha visto ilusionado, con un lenguaje fresco, distinto al habitual de la política. Ha logrado parecer el aspirante, aunque sea el sucesor de Prodi. Ha manejado bien un par de ideas claras. Sobre todo que, si vence, Italia tendrá por primera vez en su historia un Gobierno de un solo partido, como un país normal, y podrán tomarse decisiones. Es verdad que sería una revolución. Pero antes debe haber una sorpresa, el triunfo de Veltroni.

«Se puede hacer», el lema de Obama, es su invitación al milagro en un país que ya no espera nada. El ex alcalde de Roma ha llenado las plazas por toda Italia, en una gira en autobús de 55 días. El viernes en Roma había 150.000 personas. Berlusconi, que se ha prodigado poco, sólo reunió a pocos incondicionales en el Coliseo.

Consciente del hastío absoluto de los italianos sobre sus políticos, Veltroni ha hablado de regeneración ética, de cortar vicios y derroches. Pero no hay que fiarse. Lo bueno de Veltroni es que transmite sensatez y convicción. Lo malo es que tiene una tendencia a leer en público cartas de niños que tira para atrás. El otro día defendió «el derecho a la sonrisa» de quien no puede pagarse un dentista. Los italianos temen que Veltroni sea otro vendedor de humo. Basta ver Roma, donde ha organizado festivales y noches blancas, pero que es un desastre, símbolo de un país que no funciona. Habría que comprobarlo, pero es posible que en sus siete años de alcalde ni un solo autobús haya llegado a su hora.

La anomalía del magnate

En cuanto a Berlusconi, debe recordarse, porque hasta Europa ya lo olvida, que es dueño de la mitad de las televisiones, que se ha librado de condenas de corrupción y otros delitos por prescripción o porque las ha evitado con leyes, que tiene un nulo sentido del Estado y una cara de cemento que le permite mentir o desdecirse cada semana. Uno de los líderes de la izquierda, Massimo D'Alema, ha dicho sin rodeos que «si los italianos leyeran periódicos no tendría nada que hacer». Artistas e intelectuales se llevan las manos a la cabeza y repiten sus llamamientos contra él: Moretti, Bertolucci, Fo, Benigni... Hasta Totti. Pero Berlusconi tiene esa fantástica capacidad de conectar «con la panza del país», como se dice en Italia. Además es el líder de la derecha y eso basta para la mitad de la población que es, directamente, anticomunista. Italia camina con décadas de retraso y la política aún se vive en estos términos. Ni Veltroni puede quitarse la etiqueta roja. Berlusconi ha repetido sus trucos: pedir exámenes mentales para los fiscales, ser benévolo con mafiosos, anunciar el fichaje de Ronaldinho y prometer menos impuestos. ¿Funcionará todavía?