TRIBUNA

¿Viva Napoleón!

La Constitución de Cádiz de 1812 debe considerarse, entre otras muchas cosas, el primer texto importante del Pensamiento y la Literatura española moderna y contemporánea. Sus contenidos y su extraordinario valor simbólico, más allá de nuestras fronteras, avalan su fuerza, y muy especialmente como elemento de progreso y referencia de modernidad. Tal vez, una de sus claves más principales resida precisamente en su formulación del ciudadano libre y todo lo que ello conlleva para unos tiempos de cambio marcados por el debate y la contienda entre dos formas antagónicas, e incompatibles, de entender el mundo: las formas antiguas del pasado y lo nuevo.

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En este sentido, la libertad de opinión, la libre circulación de ideas, la libertad de imprenta -esto es, las bases de las sociedades democráticas y tolerantes- son algunas de las improntas más determinantes de esos momentos inaugurales, que se plasman en el texto gaditano, pero que también encontramos en otros referentes de ese tránsito, como puede ser el caso del mismo papel como dirigente ilustrado y europeo que representa el Rey José I o la también moderna Constitución de Bayona, y que, sin embargo, han sido muy maltratados por la memoria y la cultura española, cuando en realidad podían haber sido realidades muy aceptables para una sociedad demasiado estancada en el peso de lo viejo.

En el Congreso Doceañista de estos días se debate sobre «Los emblemas de la libertad», y se ha querido hacer huyendo de los estereotipos de siempre, de esa manera tan polvorienta de mirar esa guerra civil en toda regla que sacude España entre 1808 y 1814, y en la que hemos depositado lo peor de nuestras entrañas, como bien plasmaría Goya en sus Desastres de la Guerra. Porque no hay que olvidar, cómo todo el siglo XIX, con Galdós como uno de sus abanderados, no hacen sino satanizar muchos de los logros, muchas de las oportunidades que entonces se perdieron, y que no sólo competen al texto constitucional gaditano, que también, sino que podemos ver en esas otras posibles Españas: la España Napoleónica -¿por qué no?, la España de exilio londinense de Blanco-White, esa otra España peregrina que se construye fuera de nuestras fronteras (París, Burdeos, México, Filadelfia, Chile).

Creo que, doscientos años después, no podemos conformarnos con una visión tan maniquea y simplista de las realidades de aquellos años, porque, entre otras cosas, sería traicionar la memoria de muchos españoles, cuya palabra y ejemplo poseen una extraordinaria fuerza didáctica hoy en día, como ejemplo y lección de lo que podemos llegar a ser, si desterramos para siempre esa «España de charanga y pandereta». Conviene recordarlo de vez en cuando, y muy especialmente a la clase política, que suele caer en la tentación de ver la oportunidad del 2012 tan sólo como un cartel de carnaval, lleno de Frascuelos y Marías.

Por eso son importantes las llamadas de atención que deben surgir de la mirada académica, que deben poner el listón bien alto, para desde ahí extender a la ciudadanía otros valores, otras imágenes, otras ideas, otras lecturas que no sean las de siempre. Porque ese «siempre» -y estoy plenamente convencido de ello- es un siempre manipulado, un siempre demasiado falso como para asumirlo sin más. Por eso, mi propuesta ahora es: ¿Viva Napoleón y el Rey José!: emblemas de la libertad.