Jerez

La vieja lesión

CALLE PORVERA Mi padre me lanzó la advertencia casi como una maldición, pero yo no tenía entonces edad para pararme a pensar en las consecuencias. Por eso, desde los trece años arrastro un esguince crónico de tobillo del que mi progenitor opina, pese a que no le gusta verme sufrir, «te lo tienes bien merecido».

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Fui yo la que cogió unas tijeras y, desoyendo cualquier consejo médico, corté las vendas que me sujetaban la escayola mucho antes de lo debido. Era verano, aún vivía en Marbella, y todos mis amigos iban a diario a la playa. Antes de que mi padre pudiera detenerme corté por lo sano y eché a correr hacia la diversión.

Me dolía un poco, pero no lo hubiera reconocido ni bajo tortura, y siempre pensé que los que me decían aquello de «si no te lo curas bien, volverás a sufrirlo» eran unos muermos y unos agoreros. Desde entonces ya he contabilizado nueve esguinces en mi tobillo derecho, de diferentes intensidades y niveles de gravedad.

Pero esa facilidad para lesionarme no es la única herencia que me ha quedado de aquel esguince primigenio -lo llamo así-, ya que en el capítulo de extras hay otros mucho más útiles. El que más fascina a todos es mi capacidad para predecir con un altísimo porcentaje de fiabilidad cuándo lloverá.

La pasada Semana Santa lo pudo comprobar mi compañero Jorge Miró, brillante cronista cofrade. Y eso que al principio me infravaloró y prefirió echar mano de multitud de webs para hacer sus previsiones. Se lo dije el lunes: «Tengo un dolor agudo... el de siempre. Va a llover en dos días -hasta ese punto soy fiable-». Él se echó a reír, pero el miércoles ya empezó a mirarme con otra cara.

Ayer empecé a notar pequeñas punzadas. Esta vez espero equivocarme por el bien del turismo que llega a lomos de las motos.