CALLE PORVERA

Horrores

Antes no había tanta violencia como ahora!». Con esta frase lapidaria de mi madre me desperté del letargo del lunes a la hora del desayuno. Leía yo en el periódico -hojear las noticias con la tostada de jamón en la mano es uno de mis placeres confesables- que una chica de 29 años había sido violada y luego degollada, mutilada y carbonizada en los alrededores de una pedanía de Cartagena. Su marido sólo había podido reconocerla por el anillo de casada.

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« O es que no nos enterábamos de estas cosas». Ésa era la segunda parte del pensamiento materno, con lo que entraba ya en liza la influencia de los medios de comunicación en este tipo de sucesos (sabe que siempre entro al trapo). Lo cierto es que no pasa una semana sin que haya desaparecido una niña inocente, unos chicos den una paliza a un compañero de clase o aumente la macabra lista de mujeres asesinadas a manos de sus parejas.

Lejos de acostumbrarme a esos sucesos, cada día me horrorizan más y me cuesta más verlo en la televisión sin que un escalofrío me recorra la espalda. Hasta tal extremo me afecta ver o simplemente presentir violencia que en casa sólo pueden ver CSI si yo no estoy.

Parece que seres despreciables capaces de ponerle la mano encima a otros hay muchos por el mundo. Todas las precauciones son pocas pero no se puede tener miedo constantemente porque eso no sería vivir. Estar en el sitio equivocado a la hora equivocada puede costarle a uno la vida de la forma más cruel y puede provocar el dolor infinito de los que le quieren. Pensar que es la suerte, o sea, la mala suerte, la que determina estas situaciones es injusto aunque a veces no haya otra explicación, razonable, al menos.