PAUSA. Hernández Guerrero, a la izquierda. / FRANCIS JIMÉNEZ
Cultura

Hernández Guerrero lamenta «vivir en un mundo saturado de ruidos»

El escritor reivindica el papel del silencio en la presentación de su ensayo 'El arte de callar'

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José Antonio Hernández Guerrero, autor de El arte de callar, empezó su charla de anoche en silencio. Al escritor e investigador de las letras (Cádiz, 1939) le costó arrancar, y como de silencio se trataba, lo hizo con una parada en la no palabra. A esas alturas -el reloj marcaba las 20.30- la sala de la Diputación Provincial de Cádiz, que sirvió de escenario para la presentación, se había convertido en una de las aulas donde este explorador de la palabra da clases. El centenar de personas que ocupaban la habitación también aguardó en silencio.

Hernández Guerrero tragó aire, y disparó un discurso improvisado que arrancó reivindicando la libertad. «Libertad de crear, de vivir», dijo el autor. Este explorador incansable de las letras empezaba su trilogía de ensayos sobre la comunicación con El arte de hablar (Ariel, 2004), al que se seguiría un año después El arte de escribir.

Ayer cerró el ciclo con una sumersión en las aguas del silencio -editada por la Diputación de Cádiz- de donde parte toda palabra «no vacía», según Hernández. «Para encontrar la palabra adecuada es imprescindible bucear en el nuestro interior. Es la única forma de que el texto de ficción sea realidad», reivindicó un combativo Hernádez. La ilustración, lenguaje de silencio, recorre las páginas de este ensayo, que invita a escribir, a leer y a vivir, «fuera del mundo saturado de ruido en el que estamos», según el autor.

Mestizaje

Un señor, con barba, y vestido con un jersey de lana verde, que venía de Sevilla, no pudo evitar intervenir. «Soy un gran admirador de todo lo que escribe, y más de una vez, revisando un blog he tenido que saltar de la silla para hacerme con el libro que usted recomendaba», confesó este hombre, desde la segunda silla.

Detrás, con un piercing en el labio, y camiseta plagada de mostruos de arriba a abajo, Begoña Aizpuru, una estudiante de ciencias de 23 años, susurraba: «hay mucho que aprender de los silencios, porque son algo muy personal», dijo antes de volver a esconder sus deportivas negras bajo la silla.