LHASA. Una imagen de la televisión china muestra una casa ardiendo y manifestantes en la calle. / AP
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Pekín amenaza con un duro castigo a los manifestantes tibetanos si no se entregan

El gobierno en el exilio cifra en cien el número de muertos en los disturbios, mientras China rebaja la cifra a diez

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Tras los violentos disturbios del viernes, la calma ha vuelto a Lhasa, pero se trata de la paz de los cementerios. Del silencio de los muertos, que ayer empezaron a ser contados, y de manera muy diferente, por el Gobierno chino y por los manifestantes tibetanos. Según la agencia estatal de noticias Xinhua, unas diez personas habrían perdido la vida en la revuelta de Lhasa, la peor desde los incidentes que obligaron a decretar la ley marcial en 1989, cuando el actual presidente de China, Hu Jintao, era el secretario general del Partido Comunista en la región.

«Las víctimas eran todos civiles inocentes que han sido quemados hasta morir», aseguraba un comunicado oficial, mientras que el Gobierno de Tíbet en el exilio, con el Dalai Lama a la cabeza, eleva la cifra de fallecidos hasta las 30 personas y no descarta que se pueda llegar al centenar de muertos.

Mientras se aclara este siniestro baile de números, algo que puede resultar imposible debido a la falta de transparencia del régimen comunista chino, Lhasa permanecía ayer tranquila y semidesierta. «La situación se ha calmado. No hay tráfico porque las calles están cortadas, la Policía está deteniendo a muchos jóvenes y el Ejército no permite a los chinos salir de sus casas ni a los turistas de los hoteles», relataba por teléfono a este periódico un español, testigo de los disturbios.

«Una solución pasajera»

El gobernador chino en Tíbet, Qiangba Puncog, ya ha anunciado que su respuesta será rotunda y ha dado un ultimátum a los manifestantes para que se entreguen antes del martes si no quieren enfrentarse a un castigo que se presupone atroz. Y de nuevo, acusó al Dalai Lama de ser el 'cerebro' del intento de rebelión. Pero el máximo líder espiritual del budismo tibetano y premio Nobel de la Paz en 1989 rechazó dichos ataques. «La unidad y estabilidad bajo la fuerza bruta es una solución sólo pasajera», vaticinó.

Mientras en China se apaga la llama de la nueva 'revuelta azafrán', protagonizada también por monjes como la que tuvo lugar en Birmania en septiembre del año pasado, el fuego de la protesta prende en otros lugares. De hecho, se han repetido varias manifestaciones de fieles budistas en India, Nepal, Australia y Suiza, obligando en varias ocasiones a intervenir a los agentes antidisturbios. Dichas movilizaciones demuestran el impacto que han causado en la comunidad internacional las brutales imágenes procedentes de Lhasa.

A pesar de que Estados Unidos y la Unión Europea han pedido al régimen comunista que contenga el uso de la fuerza y que respete la identidad cultural tibetana, no se espera una declaración de condena para no contrariar al gigante asiático, del que la economía mundial depende cada día más.