CRÍTICA DE TV

'Fago'

TVE 1 ha estrenado la miniserie Fago, libremente inspirada en el crimen acontecido en esa localidad del Pirineo aragonés en enero de 2007. La serie está bien hecha, aunque se resiente de algunos vicios habituales de la ficción española: cierta tendencia estática, música buena pero insuficiente, pintura demasiado elemental y binaria de los personajes, interpretaciones ocasionalmente sobreactuadas, actores que hablan resoplando... Pero está trabajada con profesionalidad, seriedad y solvencia. De todas maneras, lo más importante de esta serie no está dentro de la pantalla, sino fuera de ella. Para quitar hierro al asunto de que el caso esté pendiente de juicio, TVE ha dicho que es un relato de ficción «inspirado» en sucesos reales. Por eso la serie se llama Fago, transcurre en Fago, el asesinado es un alcalde y el malo es el acusado en la vida real. Las excusas son de traca, así que la familia del finado pidió que esta serie no se emitiera, por «injerencia en el proceso judicial».

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El asunto llegó a los tribunales y un juez dictaminó que la serie puede emitirse, porque, aunque se recrea en las miserias y rencores entre los personajes y puede llevar al espectador a simpatizar con unos u otros, la medida de prohibir la serie excede el test de proporcionalidad que exige el Tribunal Constitucional para limitar la libertad de expresión. El juez dice también que la serie no afecta al secreto de las actuaciones, porque son hechos que ya han salido a la luz, ni al derecho al honor, porque éste «no cabe en el cauce procesal» del caso. Los tribunales tienen sus mecanismos propios y hay que aceptar su bondad. Reconozcamos, no obstante, que a veces las consideraciones jurídicas parecen alejarse un tanto del sentido común. Si esto fuera América y yo estuviera en el lugar del fiscal que ha de acusar al asesino, no dudaría ni un minuto en recusar a los miembros del jurado que hayan visto esta serie. Porque el mensaje que se le va quedando a uno al ver Fago es que, hombre, sí, está mal matar a la gente, pero la víctima también era de armas tomar, así que darle boleto no dejaba de ser una acción justificada. Una consideración que no exculpa al asesino de su delito.