CONVOCATORIA. Cita con la historia, en el Museo. / M. G.
Cultura

Pasamar encierra sus palabras en el mármol de La Dama de Cádiz

La escritora protagonizó anoche una nueva edición de Voces en el Museo

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La vida está cargada de caprichos. «Todo su existencia buscando lo que estaba justo debajo de sus pies», exclama Pilar Paz Pasamar (Jerez, 1933) mientras reflexiona sobre el arqueólogo con el que arranca su antología Textos lapidarios, La Dama de Cádiz (Sophía). Entonces el aire se llena con la carcajada amplia y sonora de esta poetisa, académica, escritora de relatos y ensayista a partes iguales.

El personaje delicioso del fracasado investigador Pelayo Quintero, que buscó sin éxito el sarcófago de la Dama de Cádiz empuja el relato que Pasamar utilizó anoche para abrir una nueva sesión del ciclo Voces en el Museo, en el Museo de Cádiz. Este programa enfrenta a escritores con las piezas de la institución, y está organizado por la Delegación Provincial de Cultura, la asociación Qultura y Cajasol. Antes que ella pasaron por aquí José Manuel Caballero Bonald, Antonio Gamoneda y Ana Rosetti, entre otros.

Era el turno de Pasamar, y ella sentó su carcajada a espaldas de la dama de mármol. Ella, la dama, parecía escuchar desde su silencio de piedra, las palabras de la autora de El río que no cesa. Pilar rebuscó entre las páginas de sus relatos, recogió su oscura melena detrás de la oreja y se lanzó al barro.

«Un golpe de aire apagó la lamparilla», empezó la jerezana, que nada tardó en adueñarse de la audiencia -cerca de 70 personas-. Su voz profunda tejía cada palabra de aquel relato, que veía la luz por primera vez en 1990, como si las pronunciara por primera vez.

«Tres días en que los perros aúllan...», siguió la autora. Y así entró en la sala el sonido de los canes, y el olor de aquel Cádiz de los años ochenta en que la gran dama fenicia fue descubierta. Justo debajo de la casa de aquel triste arqueólogo, que para entonces llevaba demasiados años muerto.

Por un momento, pareció que ella, la Dama, aparecía en la habitación. Las palabras de Pasamar se encargaron de ello. Los mismos versos que quedaron enredados en el frío mármol de La Dama, que para entonces, seguramente ya no estaban tan fríos.