Alá Hisham.
MUNDO

«Estamos orgullosos de él»

La familia del asesino asegura, entre el estupor y el miedo, que ignoraba las intenciones criminales de Abú Hisham

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A medio camino entre el estupor y el miedo por la que se viene encima, las mujeres que velaban ayer en ausencia la muerte del terrorista Alá Hisham abú Dahim, a las puertas de la casa familiar, competían por poner en manos de sus niños pequeños la última fotografía que el asesino se tomó en vida, para que los periodistas sacáramos el correspondiente retrato del duelo. «Estamos orgullosos de él», expresaba con serenidad desconcertante una prima-hermana del pistolero.

Maestra de escuela, sin nombre -«no puedo darlo, comprendan que ahora peligra mi trabajo y mi vida»-, la mujer relataba pesarosa que nadie en el entorno del joven de 25 años que la noche del jueves sembró el terror en una escuela de Jerusalén matando a ocho estudiantes, conocía de tales intenciones.

Que Alá era «un tipo normal, sin vínculos con ningún grupo», conductor de autobuses escolares en su barrio natal de Jabal Mukbar, suburbio del Jerusalén ocupado, cuya rutina era «ir a trabajar y dormir». Que ahora sólo les queda aguardar la llegada de las excavadoras israelíes que, bien sabe, irrumpirán pronto para derruir la vivienda donde el criminal habitaba con sus padres, a la espera de su casamiento previsto para este verano. Que dos de sus tres hermanos siguen detenidos, al igual que su novia, que las seis hermanas fueron «duramente» interrogadas por soldados judíos, y que el padre -que aparece por la escalera, abatido- ha sido liberado después de pasar por el calabozo. Pero que, a pesar de todo, la familia se honra de la hazaña de su mártir no deseado. De su héroe por sorpresa.

Venganza

«Nosotros no enviamos a nuestros hijos a morir, no sabemos qué se le pasó por la cabeza pero si ustedes fueran palestinos, después de los 125 muertos que Israel acaba de dejar en Gaza, muchos de ellos bebés ¿qué sentirían?, que Israel sólo entiende el lenguaje de la fuerza: hasta nuestros niños hablan de vengar el asesinato de los inocentes». La maestra habla templada, sin asomo de ira. Nadie destila odio en este patio de casa nueva, que pronto será escombros, sino más bien pánico en la cuenta atrás hasta que aparezcan las excavadoras. Pero ante la acción de Alá, defiende: «Él no ha matado civiles, sino extremistas religiosos que estaban estudiando cómo aniquilarnos, cómo acabar con civiles palestinos».

En la fachada cuelgan una hilera de banderas: palestinas, de Hamás, de Yihad Islámica y una amarilla de Hezbolá. Dentro, la madre lleva horas desmayada en un sofá con los ojos secos y la mirada perdida. «Miradla, no le envió a morir -sentencia la maestra-, pero alguien debe hacer entender a Israel que somos seres humanos Estamos orgullosos de Alá».