OPINIÓN

Una liberación aún pendiente

El 8 de Marzo de 1857 un grupo de trabajadoras hicieron una marcha por Nueva York para pedir mejoras en sus condiciones laborales. Años más tarde, en 1908, otras trabajadoras se encerraron en una fábrica textil de la misma ciudad, en demanda de un aumento de los salarios, una reducción de la jornada laboral y el fin del trabajo infantil. Se declaró un incendio y 129 mujeres murieron quemadas durante esta huelga pacífica. En memoria a todas aquellas que en su día decidieron no rendirse y como símbolo de las reivindicaciones feministas, en 1977 la ONU declaró el 8 de marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora,

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La toma de conciencia de la marginación de la mujer en la sociedad actual es hoy un hecho indiscutible, y a ello ha contribuido decisivamente una corriente que surgió con fuerza a finales de los años sesenta del pasado siglo: el movimiento de liberación feminista. El año 1975, fecha y final de la dictadura franquista, y la declaración del Año Internacional de la Mujer por las Naciones Unidas, sirvieron de revulsivo en el intento de sentar las bases de un movimiento de liberación de la mujer. Emergió desde entonces el movimiento feminista organizado: celebró encuentros por todo el país, adoptó la bandera violeta y comenzó a manifestarse el 8 de marzo.

Con la aprobación de la Constitución de 1978 se reconoció la igualdad de todos los españoles ante la ley «sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo» (artículo 14). Una serie de reformas legales posteriores han ido equiparando progresivamente al hombre y a la mujer. Pero además de reformar la legislación, era necesario establecer instituciones públicas dedicadas a llevar a la práctica estas políticas. Así, en 1983 se creó el Instituto de la Mujer, para promover las condiciones que faciliten la igualdad social de ambos sexos.

El movimiento de liberación de la mujer se enfrenta hoy a numerosos retos, como son su implantación en los países menos desarrollados y lograr la plena integración de las mujeres en la vida social del mundo desarrollado. Quisiera llamar la atención sobre un fenómeno tan difundido como silenciado en la sociedad occidental, lo que se ha venido en llamar la «mujer nueva». Consiste en presentar como modelo a una mujer con responsabilidades sociales y familiares, que trabaja más de ocho horas diarias y, además, sabe llevar las tareas de atención y educación de los hijos junto con las del cuidado del hogar. Una señora estupenda, siempre impecablemente peinada, maquillada y arreglada, que prepara la comida a sus vástagos, los lleva al colegio, luego se va a la oficina, donde es la mejor en su labor, y además sonríe y cultiva el éxito en sus relaciones sociales. Una triunfadora en su vida privada y profesional. Cosmopolita y sofisticada, funciona como referente femenino universal, ajeno a las posibilidades reales y estilos de cada mujer.

Deberíamos ser críticos con estas representaciones publicitarias que se ofrecen por los medios, a veces pueden generar frustración en muchas espectadoras cuyas características no coinciden con los patrones. Es cierto que las cosas han mejorado, pero no completamente. Muy a menudo suele ser el marido quien trae más dinero a casa y tiene horarios de trabajo mayores, por ello las mujeres siguen ocupándose más de los niños. Y si no lo hacen se las culpabiliza. La mayoría de las mujeres no quieren elegir entre trabajo e hijos pero, desafortunadamente, en un momento u otro siempre tienen que decidir, y en la actualidad se ha vuelto más doloroso que antes, porque los esquemas han cambiado. Las amas de casa sufren prejuicios. Ahora es quedarse en casa y no irse a trabajar lo que está mal visto. Las mujeres no dejan de enfrentarse a nuevas formas de alienación.