opinión

Vuelta de Hoja | Permitido fijar carteles

El idioma, que es la verdadera patria de cada uno, no debe impedirle a nadie viajar por otros sitios y chamullar, que se dice en caló, otras lenguas. Ahora hay en España, donde somos especialistas en inventar problemas por el sólo gusto de buscarles luego laboriosas soluciones, un conflicto de letreros. Se discute el lenguaje en el que deben estar redactados los mensajes publicitarios y esos anuncios que, como bien observó Tono, lee todo el mundo, a diferencia de las grandes obras literarias, que sólo leen algunos, además de quienes las han escrito. La ocurrencia del candidato Rajoy de citar en el debate televisivo al empresario multado por no rotular en catalán lo único que ha conseguido es que se encolericen los más cafres nacionalistas, que constituyen una minoría selecta. En cambio, los chinos, que tienen muchas tiendas, pueden usar su maravilloso idioma sin ser represaliados.

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Eso de que la normativa lingüística de la Generalitat absuelva a los comercios regentados por inmigrantes y ponga objeciones a los propietarios de establecimientos de las regiones españolas no deja de ser pintoresco, sin dejar de ser significativo. Lo ideal sería la tolerancia absoluta: si alguien quiere anunciar una salchicha de Frankfurt debe tener derecho a hacerlo en alemán y si alguien desea vender un biombo chino debe permitírsele anunciarlo en chino.

La variedad babélica de letreros hace más amenos los recorridos de los paseantes por las grandes urbes, incluso de los que paseamos por las provincias, que en general tenemos más tiempo. En una minúscula tabernita de Cádiz leí un letrero que decía: «Las almejas que se venden en este establecimiento son las mismas que trabajaron en la película Tiburón». En Málaga hay un establecimiento recién inaugurado donde en el escaparate se lee: «Se necesitan clientes. No se exige experiencia».