Opinion

Elección representativa

La elección del cardenal Antonio María Rouco Varela para presidir la Conferencia Episcopal durante los próximos tres años es una muestra palpable de la amplia confianza que en él vienen depositando los obispos españoles, dado que el que ahora comienza será su tercer mandato al frente del máximo órgano de la Iglesia católica en nuestro país. El hecho de que el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal obtuviera para dicho cargo 39 votos favorables frente a otros 37 que fueron a parar al obispo de Bilbao, monseñor Blázquez, denota que existen en el seno de la jerarquía católica distintas sensibilidades cuyas diferencias se han podido exteriorizar especialmente en relación con las instancias y las decisiones de orden político. En este sentido, la designación de Blázquez como vicepresidente introduce probablemente un factor de equilibrio en la ejecutiva de la Conferencia Episcopal, toda vez que a este último cargo se le viene asignando la responsabilidad de las relaciones con los poderes constitucionales.

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Corresponde en primer lugar a los propios católicos, desde su pluralidad, valorar el nombramiento del presidente de la Conferencia Episcopal que, aun representando en sentido estricto a los obispos, es indudable que encarna la figura de mayor proyección de la Iglesia en su conjunto en España. Pero dado que junto a su acción pastoral la jerarquía católica acostumbra a pronunciarse, desde sus convicciones religiosas y morales, sobre muchos de los temas más sensibles de la convivencia social, es lógico que la elección de Rouco Varela suscite opiniones diversas, muchas de ellas ajenas a la comunidad eclesial. Pero sería reprobable que la libre discrepancia que cualquier sector de la sociedad o cualquier ciudadano pueda expresar desde fuera de la Iglesia católica tanto respecto a la trayectoria del cardenal Rouco como respecto a alguna o todas sus posiciones públicas se produjera en términos de descalificación. Ello no significaría sólo negar a la Conferencia de los obispos la consideración que merece como órgano colegiado que distribuye en su seno tareas de representación y de organización interna. Supondría el mantenimiento de una actitud cerril en relación al pensamiento y los sentimientos de una buena parte de los creyentes católicos.