MUNDO

La fiesta del pueblo perdedor

Ayer se echaron a la calle, pese al frío polar, los que fueron refugiados, exiliados o guerrilleros, junto a albaneses emigrantes llegados de todos los confines

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La avenida que recorre el centro de Pristina se llama Madre Teresa, en honor de la más famosa albanesa sin patria: nació en Skopje, antes imperio otomano y actual Macedonia, y murió en Calcuta. Lo normal es no saber ni de dónde es. Las miles de personas que ayer abarrotaron esta calle son un poco como ella. Albaneses de Kosovo, pero también llegados de Albania, de Macedonia, de Grecia, de Europa, de América. Es la famosa diáspora albanesa, millones, más que en la propia Albania. Que a los primos de Kosovo les den un país, un reconocimiento de su existencia, era una fiesta para todos, una alegría para un pueblo castigado, desconocido, pobre, con mala suerte y peor fama. Incluso nadie llama a Albania como ellos, Shqipëria.

Pero la avenida estaba casi vacía a las once de la mañana cuando, con paso firme, la recorrió el primer ministro de Kosovo, Hashim Thaci. Cubrió en volandas los 500 metros que separan el Grand Hotel, donde anunció que iba al Parlamento a pedir la independencia, de la sede de la cámara. Pristina había amanecido blanca, sin suciedad, por una nevada. Hacía muchísimo frío, pero al paso de Thaci comenzó a formarse una multitud. Empezaba una jornada inolvidable.

Uno de quienes le jalearon fue un señor de 80 años, con bigote blanco, de Nueva York. Tahir Bajrama es de Pec, lleva allí desde el 92 y vino a celebrarlo: «Me siento como un niño, es la alegría más grande de mi vida». Otros tres ancianos caminan del brazo: un maestro, su mujer y el amigo que les acogió en Macedonia, cuando huyeron de la guerra en 1999. Él, albanés de Skopje, recuerda a los once familiares que le han matado desde la II Guerra Mundial. Con la emoción se sienten las heridas. Todos tienen hijos en Alemania, de taxistas, en España, en la construcción, en Canadá...

Una tarta de 25 metros

Puestos de bebidas y comida regalaban de todo: refrescos de cola y naranja Libella, cerveza Peja, patatas fritas, leche, pan... Por una vez, abundancia. Hasta una tarta de 25 metros. La fiesta del sábado fue futbolera, nocturna, adolescente, pero ayer fue de las familias, de los nuevos ciudadanos de Kosovo, todos elegantes. Estas mismas personas eran aquellos 800.000 refugiados que conmocionaron a Europa en 1999. Basta parar a cualquiera y todos cuentan historias horribles, sacados de sus casas, metidos en trenes, hacinados en los campos de Macedonia. También los niños se acuerdan, como el centenar que pintan en el suelo mapas de Kosovo con corazones y palomas. «Dibujo un fusil, pero que dispara flores», explica Kujtm, de 14 años. Entonces tenía cinco.

También hay ex miembros del UCK, como el subcomandante Syla, maestro antes de ponerse el uniforme. Ahora está en el TMK, cuerpo en el que se recicló la guerrilla. «Nuestra guerra fue limpia, no matamos a civiles, mis compañeros muertos están hoy entre la gente», murmura. Tras la bandera de Albania, la que más se ve es la de EE UU, muy pocas de la UE, pese al dineral que ha gastado estos años. Se recuerda a quien bombardeó, no a quien paga.

En un corro de gente se oyen cantos desgarrados y primitivos, muy hermosos. El folclore y la tradición invade la calle. Tomorr Lelo, solista de un grupo polifónico llegado de Albania, empieza a hablar enseguida de sangre derramada, de que los albaneses descienden de los ilirios, de Troya. Los mitos y los sueños vienen de muy lejos, como siempre por aquí. Se destapa Kosovo y sale Albania.