DIVISIÓN. Miembros de las fuerzas de la OTAN en Kosovo colocan un alambre cerca del puente en la frontera de Mitrovica. / REUTERS
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Mitrovica espera lo peor

La ciudad partida en dos, con una mitad serbia y otra albanesa, simboliza el dilema del nuevo Kosovo y donde pueden surgir los mayores problemas

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Lo que pueda ir mal a partir de hoy en el nuevo Kosovo independiente probablemente sucederá aquí, en Mitrovica. Esta ciudad de unos 100.000 habitantes, muy próxima a la frontera del norte con Serbia, tiene la desgracia de ser el tubo de ensayo perfecto del desgarro de Kosovo. Está partida en dos por el río Ibar. A un lado, viven arrinconados contra las montañas unos 17.000 serbios. Al otro, unos 90.000 albaneses. La OTAN vigila los dos puentes que los unen, que pueden estar llamados a ser la nueva frontera del estado kosovar con Serbia, pues la minoría fiel a Belgrado no quiere ni oír hablar de independencia. «Para mí lo de mañana (por hoy) es sólo algo que ocurre en un papel; seremos siempre Serbia», decía ayer Stojan, un joven de 26 años que tomaba café con su novia, Natasha, en el bar que domina el puente principal. El local, 'La dolce vita', ya es famoso como lugar de cita de la resistencia vecinal. A ratos hay más periodistas que clientes.

Fuera, a menos cinco grados y con una nevada de astillas heladas, las tropas francesas de la Kfor, la misión de la OTAN, redoblaban su presencia. El peor escenario imagina que tras la independencia la Policía de Kosovo, que en este lado del río está integrada por serbios, deja de cumplir órdenes y empieza a obedecer a Belgrado. Quizá se cierren los puentes. La asamblea de municipios serbios, reunida aquí el viernes, anunció que se transformará en un Parlamento propio ligado a Serbia.

«Nunca seré kosovar»

En realidad, ya funcionan así. «Yo no necesito ir allí, al otro lado, tengo todo aquí», confirma Stojan. Él y sus vecinos usan dinares como moneda, tienen matrículas serbias y sus escuelas, hospitales e instituciones se financian desde Belgrado. «Esto no es como Bosnia, no hablamos la misma lengua, somos distintos, no podemos vivir juntos, nunca seré kosovar», explica el joven. La teoría de que Kosovo es un agujero negro de ilegalidad y la mención al presunto salvajismo cultural albanés, de tinte racista, aparecen enseguida. «No los conoces, ahora tienen lo que quieren, pero luego querrán más y vendrán aquí a imponer su Estado. La gente reaccionará. Y yo estaré en primera fila», concluye orgulloso. El líder nacionalista de Mitrovica, Milan Ivanovic, repetía ayer que la misión de la UE que llegará ahora «es una ocupación». «No lo permitiremos», anunció.

En el otro lado, en cambio, preparan la fiesta con toda delicadeza, para no ofender a nadie. «Celébralo con dignidad. Un buen comienzo», es el lema de la independencia que se ve en los carteles, con un matrimonio y su parejita de niños que miran unos fuegos artificiales. «Hemos trabajado muy duro con la gente albanesa y los serbios para que todo sea tranquilo», afirma nervioso Shenoll Muharremi, joven ejecutivo de perfecto inglés, asesor para el municipio de una firma llamada Grupo de Desarrollo y Estrategia. La fiesta de hoy ya está preparada, con una ofrenda floral en el monumento a los «mártires», los caídos en la guerra del UCK, y un concierto nocturno. «Lejos del puente, para no ofender a las minorías», subraya el ayuntamiento. «Sin música nacionalista, sólo rock, rap,...», añaden.

La realidad es muy caprichosa y, pese a que serbios y albaneses que vivían en el lado equivocado se han reubicado en la orilla justa, hay todavía tres edificios de vecinos albaneses en el lado serbio. Ahí viven 75 familias serbias y 75 albanesas, compartiendo escalera. «Sólo nos hablamos con los viejos vecinos serbios, no con los que llegaron después. Ni hola», dice Selver Haradinaj, albanés, de 33 años. Estas viviendas son otro minúsculo universo a escala, dentro de esta pequeña muestra del conflicto de Kosovo, que a su vez es un territorio tan modesto y tan feo.

Pero Selver, albanés, con dos hijos, en paro, lo tiene claro. Rodeado de alambradas, repantingado en chándal ante el quiosco situado entre los tres bloques, dice que no se irá nunca. A 20 metros hay soldados y para él es mejor no pasar de la esquina. Para los albaneses han construido una pasarela que les permite cruzar al otro lado sin tener que ir hasta el puente, en medio de los serbios, pero afirma ser feliz con la independencia. «Habrá problemas, pero ésta es nuestra casa», afirma.