opinión

Vuelta de Hoja | La algarabía

No hay forma de seguir el consejo machadiano de escuchar «entre las voces, una»: todos hablan al mismo tiempo. En los mítines políticos lo importante no son las ideas, sino los decibelios. ¿Por qué será imprescindible para convencer a la gente gritar tanto? Quizá porque a esos actos van sólo los previamente convencidos. El resultado es que las convocatorias convierten a los respectivos partidarios de los líderes en hinchas. El auditorio, que apenas puede oír nada, es siempre una jaula de grillos. A los únicos que se les escucha, a condición de estar a su lado durante los discursos, es a los que piden silencio.

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No he conocido a nadie, en mi larga vida, que cambie de opinión después de un mitin. Se consideraría traidor a sus convicciones y derrotado por la presunta elocuencia del desaforado orador de turno, que en vez de estar en el foro está en el estadio. El ágora ha sido sustituida por la televisión, que al menos tiene la ventaja de enmudecer a nuestra voluntad. Lo malo es que si hacemos zapping, en las otras cadenas salen los mismos.

Para que nos llegue un mínimo sosiego habrá que esperar al llamado día de reflexión y se callen los convictos charlatanes. Mucho pedirle a los españoles: que guarden las formas y que guarden silencio durante veinticuatro horas. La mitad de ellos, según las estadísticas, piensa que en el futuro inmediato, en vez de disminuir sus capacidad auditivas, van a aumentar sus dificultades para llegar a fin de mes. Sean del color que sen, excluido el rosa, empiezan a verlo todo negro. Debemos animarnos dándonos una palmada en nuestro propio hombro. Yo, que vengo de otras épocas y he conseguido llegar a ésta, sé que siempre se sale adelante. Hay que procurar ser un superviviente y llegar a fin de mes y al fin de nuestra vida oyendo ¿cuán gritan estos malditos!