PROBLEMA COMÚN. Rosa y Catalina, en la sede de Afedu, tienen miedo a revelar su identidad.
CÁDIZ

«Necesito que a mis hijos los metan en algún sitio, tenemos derecho a vivir»

La falta de centros de larga estancia para enfermos mentales graves en Cádiz hace que las familias deban asumir una carga que en muchos casos les supera

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Catalina tiene 72 años y dentro de su familia sólo ha conocido el dolor. Sufrió durante décadas los malos tratos de su marido alcohólico, pero, cuando decidió separarse, la amenaza continuó con ella. Y es que se quedó con sus dos hijos, que hoy tienen 40 y 42 años, y están diagnosticados de esquizofrenia y consumen drogas. Las agresiones se suceden a menudo en su casa. Pero Catalina (que por motivos de seguridad prefiere ocultar su verdadero nombre) no se ha acostumbrado a convivir con el miedo.

Su historia sirve para ilustrar el calvario por el que pasan las familias que se hacen cargo de un enfermo dual (enfermo mental adicto a las drogas) debido a la falta de centros de estancia prolongada que les proporcionen el tratamiento específico que necesitan. Si los trastornos mentales son un problema social de primera magnitud, la situación se complica cuando el afectado consume drogas o alcohol. Según los expertos, aproximadamente el 50% de las personas que padecen una enfermedad mental son adictas a algún tipo de droga.

Estos pacientes necesitan una atención integral a su doble patología para poder recuperarse. Pero no existe la coordinación necesaria entre los recursos sanitarios y los sociales, según denuncia desde hace años la Asociación de Familiares de Enfermos Duales de la provincia (Afedu), a la que Catalina pertenece.

«Mi hijo chico está enfermo desde los cuatro años -cuenta- y el mayor empezó con las drogas a los 14, se escapó del colegio y se fue de Cádiz». La evolución de ambos ha sido paralela y su comportamiento ha ido empeorando con con el paso del tiempo, lo que hace imposible la convivencia. «El mayor no para de beber, de tomar drogas y fumar porros, aunque se toma el tratamiento. El chico es el que no lo toma y está totalmente descontrolado», reconoce la madre, que no consigue hacerse respetar e incluso tiene que bloquear la puerta de su dormitorio por las noches para que no entren a pegarle mientras duerme.

Como muchos otros enfermos duales, su hijo mayor ha ido a parar a la cárcel en varias ocasiones por cometer delitos menores. El más joven tiene crisis con frecuencia e ingresa en la unidad de agudos del Hospital de Puerto Real. Allí pasa días, hasta que «lo nivelan» y vuelve a la casa. La solución para ambos sería un centro de media o larga estancia donde estuvieran supervisados por un médico y recibieran la medicación que precisan para poder recuperarse. Pero los enfermos de la provincia sólo pueden optar a una de las seis plazas que Cádiz tiene reservadas en una residencia de Málaga. El de Catalina es un grito desesperado: «Necesito que los metan en algún sitio, creo que tenemos derecho a vivir».

A él se suman cientos de familiares de enfermos mentales que se sienten «abandonados» por la Administración, según subraya la presidenta de Afedu, Dolores Callealta. Ejemplo de esta situación es el relato de Rosa, una gaditana de 54 años que lleva 20 cuidando de su ex marido, hasta el punto de haber hipotecado su vida entera y la de sus dos hijos para atenderlo.

Obsesivo-compulsivo

Según cuenta, en un principio le fueron diagnosticados un trastorno obsesivo-compulsivo y una depresión, pero a lo largo de los años «ha ido a peor» y ha sido atendido de urgencia varias veces en la unidad de agudos de Puerto Real.

Después de separarse y consciente de su enfermedad, Rosa volvió a acogerlo en su casa dispuesta a cuidarlo. Pero asegura que ha tenido que denunciarlo dos veces porque la agredía y en estos momentos él tiene una orden judicial de alejamiento: «Una vez cogió un cuchillo y dijo que se iba a matar, pero lo mismo que dice eso le da por decir que me va a matar a mí».

Desde hace 15 días vive en un piso que Rosa y sus hijos le han alquilado, pero los problemas no han cesado. «Lleva tiempo haciendo cosas horribles, como hacer caca por toda la casa, extenderla por las paredes y limpiarse con las toallas del lavabo. No se puede vivir con él», explica Rosa. Pero sabe que no tiene a nadie más y tampoco quiere abandonarlo a su suerte. Todos los días le prepara la comida y la ropa para que sus hijos se la lleven. Está pendiente de su tratamiento y de los controles médicos. Pero la situación le ha pasado factura y desde hace meses está en tratamiento psiquiátrico por depresión. «Lo único que queremos -suspira- es que lo ingresen en un centro».

Pero la incomprensión asociada a las enfermedades mentales hace que en algunos casos, las familias sean víctimas de una doble crueldad. «Hay muchos médicos que culpan a los familiares, les hacen sentir responsables del problema, es injusto e inhumano», recalca Eloísa Soler, representante de Afedu.

rheredia@lavozdigital.es