DE TODO. En el puesto de José Luis Rodríguez es posible dar con lo más insospechado.
Jerez

El oasis del coleccionista

José Luis Rodríguez compra y vende, en perfecto estado de revista, codiciados utensilios para amantes de lo antiguo

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José Luis Rodríguez está rodeado de auténticos cachivaches relacionados con el coleccionismo. «Aunque parecen antigüedades, no todos lo son, pues muchos de nuestros artículos no tienen cien años, que es el mínimo exigible a una pieza para ser catalogada como tal», comenta.

Su puesto en El Rastro es una galería de utensilios de otros tiempos que presenta en su mejor estado de forma. «Por supuesto que todo lo que vendemos está para usar. No tendría sentido vender una cámara de cine si no funciona», afirma Rodríguez. En apenas tres metros, están colocados, además de los aparatos de cine -algunos de 1924, como un Pathe francés con una pinta estupenda-, discos de pizarra, relojes de sobremesa, calculadoras antiguas o algunas máquinas de escribir primigenias. «En cuanto a cámaras de proyección tenemos algunas cosas muy curiosas. Por ejemplo, una linterna mágica de 1900, que proyectaba la imagen a través de una serie de cristales y que se iluminaban con petróleo», comenta. El artilugio es de chapa, negro, como una antiguo molinillo de manivela pero con una chimenea que suelta los humos de la pequeña ignición.

Radios

Otra de las especialidades de José Luis son las radios antiguas. «Muchas se han vendido de válvulas, y funcionando, como tiene que ser. He tenido incluso algunas antiguas radios alemanas fabricadas por los nazis, que ahora sólo cogen dos emisoras porque las tenían manipuladas para que sólo cogieran las del Tercer Reich», relata.

El puesto de José Luis Rodríguez es como una especie de máquina del tiempo donde todo parece haberse parado en la primera parte del siglo XX. Hay una cítara alemana a un lado del puesto que debe de ser muy antigua. Y por otro lado comienza a sonar un reloj porque ha llegado el mediodía. Más allá queda una vieja chistera, sin conejo. José Luis rememora y subraya que «todo comenzó con la inauguración del rastro, cuando vendía libros usados y simples botellines... También aquí se prospera».