Editorial

Respuesta divergente

La Reserva Federal cumplió ayer con las previsiones al recortar en medio punto más los tipos de interés en Estados Unidos, situándolos en su nivel más bajo -el 3%- desde mayo de 2005 y evidenciando la determinación de la institución de intervenir decididamente para tratar de frenar la recesión que ya se atisba en el país. La FED ha abaratado de forma continuada el precio del dinero desde que se desataran las turbulencias financieras el pasado mes de agosto, lo que demuestra la grave distorsión que ha acabado provocando el estallido de las hipotecas subprime en el conjunto de la economía estadounidense. Pero también indica las dificultades que existen para calibrar si la contundente actuación de la Reserva Federal resulta ya lo suficientemente efectiva como para reactivar el consumo interno y, con él, la confianza precisa para remontar una crisis que ya ha comenzado a aflorar en las estadísticas de las autoridades norteamericanas. El crecimiento de apenas un 0,6% registrado por la economía de Estados Unidos en el último trimestre de 2007 constituye un pésimo augurio no sólo porque confirma la desaceleración, sino porque acredita que la misma se está produciendo de manera más rápida y profunda que lo que pronosticaban las perspectivas de distintos organismos internacionales. Con su última decisión, la Reserva Federal profundiza en una estrategia que se aleja cada vez más del mantenimiento de los tipos a la que se aferra el Banco Central Europeo, apelando éste a la necesidad de impedir que se desboque la inflación.

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Aunque el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, ha insistido en que lo primordial para la institución que encabeza continúa siendo el control de los precios, es dudoso, sin embargo, que pueda perseverar en una política de contención que se ha demostrado ineficaz en los últimos meses para cumplir el objetivo que persigue. Y que se enfrenta a los riesgos derivados de una crisis financiera de consecuencias globales que las sucesivas inyecciones de liquidez en los mercados no han logrado aún encauzar, y cuya solución se prevé aún más complicada si las instituciones económicas y monetarias de ambos lados del Atlántico se decantan por estrategias no acompasadas. Con el agravante de que el rigor por el que ha optado el BCE está llamado a colisionar con la respuesta de los principales gobiernos de la eurozona, que han vuelto a movilizar los recursos propios del Estado para acudir en rescate de los mercados y de las economías domésticas.