Opinión

En la Trinchera | La bolsa o la vida, por Daniel Pérez

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Julio Blanco lleva 18 años coordinando proyectos para el desarrollo en Perú. Las navidades, como siempre, las pasó en Jerez. Tras 20 días, gracias a una dieta equilibrada a base de berza gitana y jeringazos de puchero, parecía otro. Recuperó el color de las mejillas y ya no le temblaban las manos por las tercianas.

A principios de año viajó a Madrid para recibir instrucciones de la ONG en la que milita, quejarse todo lo posible y exigir más medios. Pero los nuevos funcionarios de la solidaridad, plácidamente instalados en sus oficinas de diseño, peleaban con balances, recuentos y albaranes, y no le prestaron demasiada atención. «Han bajado los ingresos», le dijeron. «Un par de escándalos más y el asunto se nos va al carajo», le repitieron. «Pagamos justos por pecadores», sentenciaron. A Julio, que vive mentalmente abducido por su legión de niños famélicos, se le encogieron los huevos. «Habrá que hacer algo. No podemos cerrar en Arequipa. Esa gente depende de nosotros para sobrevivir», insistió. El trío de burócratas compasivos se encogió sincrónicamente de hombros.

El martes 22, Julio tomó un avión a Lima. Durante las primeras horas del trayecto se imaginó a sí mismo explicándole a sus huerfanitos de cabecera que tendrían que volver a la calle. «Más que miedo –escribió después–, me daría vergüenza». La azafata le alargó el periódico. «La bolsa pierde 55.000 millones de euros en un día», rezaba el titular de portada. «Qué tragedia –pensó–. Los inversores, los grandes parias, los desheredados». Y aunque Julio no es un tipo violento ni amigo de las groserías, todo el pasaje pudo oir cómo, en mitad del Atlántico, un buen hombre se ciscaba a gritos en las santas castas de esta maldita humanidad.