MAR DE LEVA

Cine para pocos

Los balances, ya sea a final de año o a principio, lo que tienen es que dejan al descubierto, en ocasiones, muchas carencias. Y muchos contrasentidos. Por un lado, nos alertan de que vivimos a todo tren. Por otro, se nos asustan de que en algunas situaciones, hayamos echado el freno. Es lo que pasa con el sector del ladrillo, con las hipotecas, con la venta de coches (¿podré algún día renovar el mío, que ya tiene ecosistema propio, el pobre?), con las compras en Navidad o con los saldos (verdaderos o no) de las rebajas. Y lo que pasa también con el sector cinematográfico.

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Entre estocadas a muerte a la orilla del Manzanares, ricohombres que aparecen de la nada dispuestos a enseñarnos a manejar nuestros dineros a costa de una sapiencia que los ha hecho millonarios (pero que no nos hará millonarios a nosotros; ¿no se les parece a ustedes al señor Burns de los Simpson el flamante Número 2?), nos salen esta semana las cifras de espectadores, y resulta que usted y yo, señora mía, con lo que nos gustaba una de tiros o una de amores, este año pasado hemos ido al cine mucho menos que antes, y que eso cómo va a ser, con la de gente que vive de esto, y lo interesantes que son las películas. Pues sí, es verdad, vamos menos al cine. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que veamos menos películas. La industria del cine, en el mundo entero y más en nuestro país, ha apostado desde hace unas décadas por fidelizar a un público poco exigente, de ese que sólo busca quedarse boquiabierto con la explosión, el puñetazo o los implantes, el público que es incapaz de ver una peli sin atiborrarse de litro y medio de cocacola con pajita y kilo y tres cuartos de palomitas con las que dejar perdido el asiento. Un público inquieto, fugaz, que quizá devuelve al cine a lo que el cine fue al principio, una barraca de feria donde sorprender con la llegada de una locomotora a toda pastilla a la gente que se asomaba por primera vez a la maravilla del engaño óptico. Pero un público que tiene mil pájaros en la cabeza, que carece de la necesaria cultura de la cosa para desentrañar productos ligeramente más elaborados, y que, como pasa con la música a otro nivel, no da más importancia al soporte en el que se ven las historias, que ignora el trabajo de los directores de fotografía, que no distingue una pantalla gigante de un recuadrito en el i-pod o el móvil, y que sigue viendo películas (porque, insisto, es el cine como hecho físico el que está en crisis, no las películas) en casa, tirando de videoclub, de top-manta (que no tiene nada de culpa, por cierto), o de la mula internetera.

Se ha convertido en un espectáculo caro, carísimo, el cine que tanto hemos amado. Ese cine que a veces veíamos en sesión doble, o hasta triple, cuando Alcances era un festival de cine de verdad y en una fecha cómoda, y que hoy nos produce una pereza terrible, porque ya sabemos qué nos vamos a encontrar, porque al precio de las entradas hay que sumar, ay, sí, las palomitas y los refrescos y a veces el aparcamiento, y porque las pantallas grandes que tenemos no son siempre nítidas, o no son tan nítidas como después vemos esas mismas películas alquilándolas en el videoclub de la esquina.

Súmese luego la guinda acusadora: no nos interesa el cine español. Y uno ve los éxitos de películas como El laberinto del fauno o El internado y se muerde la lengua para no gritar que no nos interesa ese cine que no tiene en cuenta al espectador, que no arriesga porque lo tiene todo pagado de antemano con la subvención-mordaza con la que muchos y muchas se pagan los caprichos que antes se rodaban por cuenta propia y en superocho, que no nos interesa ese cine generacional de generaciones que nunca tuvieron experiencias que contar ni compartir con las generaciones de antes y de luego. Quién nos iba a decir que creíamos que éramos cinéfilos y al final éramos cinéfagos. No se extrañen, ni las grandes multinacionales ni las productoras españolas, esas que desprecian el género porque no es arte, cuando el cine no tiene por qué serlo si no hay detrás de la cámara la sensibilidad auténtica de un artista, no se extrañen si comemos nuestros platos visuales de otra manera, a otras horas, cuando nos viene en gana.