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Pizarro

Rajoy ha efectuado una habilidosa carambola al situar al abogado del Estado y avezado empresario Manuel Pizarro en el segundo lugar de la lista al Congreso por Madrid, con la promesa de que ocupará el Ministerio de Economía y la vicepresidencia económica si el PP gana las elecciones del 9-M. Efectivamente, Pizarro, hombre ya poderoso durante la vicepresidencia de Rodrigo Rato, se ha labrado en los últimos tiempos una imagen de empresario fuerte y beligerante contra el intervencionismo gubernamental; tiene entidad y personalidad suficientes para gestionar la responsabilidad económica de un gobierno o de una opción alternativa en una posición simétrica a la de su rival, Pedro Solbes, y cubre con sensible solvencia el hueco dejado por el propio Rato, quien, postergado por Aznar e incomunicado con Rajoy, ha regresado a España desde su relevante cargo internacional para dedicarse exclusivamente a su vida privada. Asimismo, este fichaje zanja la polémica sobre las aspiraciones de Gallardón, quien pretendía ocupar esa segunda plaza tras Rajoy en la lista madrileña. Ahora, tiene mucha menos trascendencia que Rajoy decida o no ubicarle más abajo en la candidatura.

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Pizarro, de 56 años, posee una larga trayectoria en el mundo económico y ha sido protagonista en esta legislatura de una inflamada guerra por el poder empresarial centrada en el dominio sobre la eléctrica ENDESA. Es, además de amigo de Aznar y activo colaborador de FAES, una especie de patrón de las cuadras económico-empresariales del PP; a él se le atribuyen la promoción de Jaime Caruana al Banco de España, de Francisco González a la presidencia de Argentaria y después al BBVA, de César Alierta a Telefónica, etc.

Además, Pizarro, aunque reacio desde los noventa a ingresar en política activa pese a su cercanía a la cúpula popular y a las reiteradas invitaciones que recibió (se ha dicho maliciosamente que no ha ido a la política hasta haberse enriquecido en el mundo empresarial), no es un personaje neutro políticamente. De hecho, la prensa catalana recordaba ayer que la guerra por Endesa, que resultó a la postre muy rentable para los accionistas, fue contra una OPA planteada por La Caixa, a todas luces auspiciada por el PSC en connivencia con el Gobierno Zapatero. Pizarro saltó como un resorte contra aquella intentona, en teoría porque el bajo precio ofertado fue considerado una especie de agravio a la potente Endesa pero, sobre todo, porque la operación respondía a la megalómana ambición de un Maragall que, además estar promoviendo un nuevo Estatuto para Cataluña, pretendía extender el poder económico de las instituciones financieras catalanas a todo el Estado... El resto de la historia es conocido: Pizarro buscó a la alemana E On, después vetada por el Gobierno, que dio paso finalmente a la fórmula Acciona-Enel. Pizarro salió de la presidencia con una astronómica indemnización en el bolsillo... y con la gloria, ante los suyos, de haber realizado una defensa numantina de las posiciones pretendidamente profesionales contra la supuesta voracidad de Zapatero.

Desde mediados de la década anterior, y durante los últimos 13 años (ocho de ellos con gobiernos del PP), la vicepresidencia económica ha estado en manos de dos personajes potentes, valiosos, dotados de una gran respetabilidad y de un incuestionable prestigio, Solbes y Rato. Ambos han creado un perfil definido del cargo, que se basa en el relevante acervo de autoridad personal que les ha permitido poseer dosis importantes de credibilidad ante la opinión pública, disfrutar de ascendiente sobre los agentes económicos y mantener una posición sólida en el seno del Gabinete, con capacidad para tener a raya a los ministros en lo referente a sus pretensiones presupuestarias.

Pizarro, cuya imagen ha ido deslizándose desde la ductilidad a la firmeza y que ha demostrado tener tanto criterios sólidos como capacidad de gestión en los ámbitos en que se ha desempeñado, ocupa ya un lugar en este olimpo económico, como digno antagonista de Solbes, tanto si el PP gana las elecciones como si no (una de las carencias manifiestas de Rajoy en este cuatrienio ha sido la falta de un portavoz económico sólido: los escasos discípulos de Rato que se han quedado en la política no han dado la talla).