VUELTA DE HOJA

Hipócritas olímpicos

Como Mussolini, el presidente francés Sarkozy monta un caballo blanco y presume de montar una mujer todas las noches. Es un tipo locuaz, como todos los exhibicionistas, pero al dictador italiano jamás le traicionaron sus amantes. La última murió con él, compartiendo su mala suerte. En cambio, la penúltima señora de Sarkozy, la tal Cecilia, se está dedicando a ponerlo como un trapo. Lo malo es que ese retal está hecho del mismo tejido de la bandera de su gran país. Dice de él que es un tipo sórdido, que jamás ha querido a nadie. Un miserable al que únicamente le interesa el poder. ¿Cómo se pueden disimular esas cualidades hasta alcanzar el puesto de presidente de la República? Hay que ser un plusmarquista en la Olimpiada de la Hipocresía, cualidad que ha sido definida como el homenaje que el vicio rinde a la virtud, pero que está claro que procura grandes beneficios a sus asiduos cultivadores.

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Abundan en cualquier latitud. Así como la mujer del candidato negro Obama, que más que negro es café con leche, hace valer su decidida epidermis para ayudar las posibilidades de elección de su cónyuge, Hillary se siente apoyada por su pálido marido. Nada importa su intento de separación, cuando el absorbente episodio de la flautista Mónica Lewinsky. Los intereses son los intereses. Ahora están más juntos que nunca. Lo que las primarias han unido no hay Dios que lo separe.

La hipocresía debiera estar considerada como una de las bellas artes. Requiere una sutilísimas acomodaciones a la conveniencia. No sólo se practica entre matrimonios mal o bien avenidos. El cardenal Rouco Varela, que es soltero, está reprobando con dureza el divorcio. Hace unos meses, casaba jubilosamente a doña Leticia con el príncipe Felipe, cuya vida guarde Dios muchos años. Y la de ella.