BALNEARIO. El balneario será el espacio privilegiado de la muestra. / FRANCIS JIMÉNEZ
Sociedad

El misterioso último viaje de 412 almas

El Reina Regente, botado el 24 de febrero de 1887, fue uno de los barcos estrella del ingeniero naval británico Sir Nathan Barnaby. Según las crónicas de la época, la nave llamaba la atención por su línea sencilla y distinguida, coronada por dos esbeltas chimeneas, que le otorgaban «un aspecto majestuoso en la navegación». La unidad desplazaba 4.664 toneladas, y fue adquirido por 243.000 libras esterlinas para que sirviera de modelo de dos cruceros españoles en construcción: el Lepanto y el Alfonso XII.

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Ya en sus primeros viajes, los comandantes que circunstancialmente se hicieron cargo de su mando, firmaron informes desfavorables sobre sus cualidades marineras y, aunque ninguno de ellos diagnosticaba defectos esenciales que pusieran en riesgo su estabilidad, sí es cierto que aconsejaban sustituir piezas y cañones para lograr una mayor proporción en la distribución del peso. El 9 de marzo de 1895, poco antes de las doce del mediodía, el Regente zarpó de Cádiz rumbo a Tánger llevando a bordo una representación de la embajada del Sultán de Marruecos, liderada por Sidi Brisha. La inspección previa determinó que el barco estaba en condiciones de viajar. Cumplió su misión y el domingo día 10, a las diez de la mañana, se dispuso a retornar a puerto español. Nunca lo conseguiría.

Media hora después de abandonar la rada, el barco desapareció en la meridiana. La mar era espantosa, soplaban vietos huracanados y el barómetro descendió precipitadamente, hasta alcanzar los 730 mm. Los capitanes de los vapores ingleses Mayfield y Matheus informaron posteriormente que vieron al crucero sobre las doce y media, intentando dejar a la popa el tremendo temporal.

Jamás se supo del barco ni de su dotación de 412 almas. A los 372 que integraban su tripulación regular, se habían sumado, con ocasión de aquel fatídico viaje, los aprendices de la Escuela de Artillería. Lo más probable es que el Reina Regente se fuera a pique por el temporal, acuciado por los defectos de construcción que no lograron evitar que se precipitara en las tinieblas del océano.

A pesar de los avances científicos, siguen existiendo dudas sobre la situación exacta en la que descansan los restos de la nave. Dondequiera que repose, el Reina Regente cultiva su misterio y guarda con ahínco el último suspiro de sus 412 tripulantes. Cuatro marineros podrían después presumir de su suerte: dos cadetes que perdieron el barco en Tánger y los tenientes Posada y Navarro, que obtuvieron días antes permiso para una esperada licencia.

La historia también recordará que existió un último superviviente del naufragio. Se trató del terranova propiedad y orgullo del alférez de Navío José María Enríquez, quien no tuvo la suerte del animal y desapareció en el naufragio. El perro, encaramado a uno de los enjaretados del crucero, fue recogido por un buque inglés de los que se alistaron para buscar restos por la zona.