ESCRITOR. El maestro sanluqueño ha dejado esta ocasión la guitarra para dedicarse a su otra pasión: la literatura. / LA VOZ
MANOLO SANLÚCAR GUITARRISTA

«El flamenco tiene que leer y dejar de creerse el ombligo del mundo»

El guitarrista sanluqueño presenta esta tarde en su localidad natal el libro de memorias 'El alma compartida'

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Manuel Muñoz Alarcón (Sanlúcar de Barrameda, 1943) o lo que es lo mismo, el maestro Manolo Sanlúcar dice que el artista debe ser mitad raíz, entroncada en la tradición y en la sabiduría popular, y mitad paloma, capaz de soñar y volar para abrir nuevos caminos. Y eso es, precisamente lo que él lleva haciendo toda una vida. Desde que a los seis años su padre Isidro le cogió la mano y le enseñó como respiraba la guitarra. Tras cuatro décadas de carrera profesional, uno de los más respetados flamencos del panorama actual presenta su primer libro El alma compartida (editorial Almuzara) en el que abre su corazón al público y le muestra sus inquietudes, pensamientos y reflexiones de una historia que, aún está por terminar.

-¿Por qué ha elegido justamente este momento, a sus 64 años, para escribir un libro de memorias

-Siempre me ha apasionado la literatura. De niño escribía, pintaba y tocaba la guitarra. Cuando me dí cuenta que cada una de estas facetas del arte precisaba de toda una vida tuve que elegir. Me quedé con la guitarra y creo que acerté. Pero no no estaba satisfecho porque siempre tuve esa deuda con la escritura. Entonces, me sucedió lo más triste que le puede pasar a un ser humano: mi único hijo se me fue y a partir de ese momento todo cambió. En ese estado de duermevela en el que estás perdido y sin ganas de tener conciencia de la vida, retomé la literatura y estuve un tiempo casi sin tratarme con la guitarra y escribí este libro.

-¿Qué cuenta El alma compartida?

-No es un libro de memorias. He querido disfrutar de la literatura, sentirla. Creo que algo he logrado porque mucha gente me ha dicho que le ha sorprendido esa faceta mia que no conocían. Quería además seguir realizándome como persona en otros caminos. Eso es lo que más me interesa. Almuzara tenía previsto hacer la presentación en Sevilla en enero pero, por el cariño que me tienen en mi tierra, al final lo haremos en Sanlúcar.

Reencuentro

-El libro nace, como cuenta, de la pérdida de su hijo pero a la vez le ha servido para reencontrarse también con su propio padre que fue quien le inició en el flamenco, ¿no?

-Bueno, es cierto. Cuando hablo de la gente estoy hablando de mí mismo porque a todos los veo a través de mi mirada. Lo que me ha interesado es hablar sobre mi interior. La memoria es lo de menos, es tan solo una excusa para hablar de otras cosas más esenciales de la vida. Como dice en el prólogo Suárez Japón, parto de lo particular para hablar sobre lo general.

-¿Pero al principio de ese camino se encuentra su padre Isidro?

-Claro. Mi padre siempre fue mi primer admirador. Con seis o siete años empezó a darme clases de guitarra y aquello me marcó mucho, como escuela y, también como el mundo mágico que conocía y que intentaba transmitirme.

-¿Y cómo recuerda ahora, ya como perro viejo del flamenco, aquellos momentos?

-Recuerdo que me hablaba con gran admiración de sus compañeros, grandes artistas del flamenco. Todo aquello me marcó muchísimo. Tanto que ahora entiendo la cultura flamenca como una religión de la que me siento un fervoroso monje. La prueba está en que le he dedicado toda mi vida. En toda mi carrera me habré ido dos veces de vacaciones y cuando me he ido siempre lo he hecho con la guitarra.

-Si le digo la Niña de los Peines...

-Uf...sin ella mi vida hubiera sido otra cosa. Ella es a la primera persona que me acogió siendo niño como si fuera mi abuela. Siempre me hablaba de la gente del flamenco, de sus cantes, sentires y maneras de entender esta cultura. Ha sido el primer referente que está incrustrado en mi ser flamenco. Eso era Pastora para mí.

-Si hablamos del cante más actual, ¿de qué nombres se acuerda en el libro?

-Bueno, la verdad es que yo he vivido lo mejor de mi carrera artística con los últimos de la fila. He conocido un mundo donde no existía la televisión y el flamenco era otra cosa porque cada uno se cultivaba su propia personalidad sin copiar a nadie y con su filosofía. Hoy el 95 por ciento de los cantaores que hay cantan como Camarón porque han sido atiborrados por su leyenda. Muchos no han sabido relacionarse con esa información y somos más pobres que antes en el cante. De la primera etapa puedo hablar de tantos y tantos nombres con personalidad propia como Paquera de Jerez, Enrique Morente, Pepe Marchena, Pepe Pinto y muchos otros.

-Ha dicho que de toda su obra sólo ha escuchado, después de publicarse, algunos títulos como Tauromagía, Locura de brisa y trino y Medea, ¿no le gusta oirse?

-La verdad es que no me gusta oirme. De esas tres que has mencionado de toda una carrera de 51 años sí estoy medianamente satisfecho. Los anteriores apenas los he escuchado. No disfruto escuchando mi música. Primero porque con el tiempo no puedo oirla sino que la analizo. Cuando llego a un restaurante y ponen mis discos, no puedo comer y tengo que pedir que lo quiten. Pero además, yo ya sólo disfruto de la evolución del análisis que hago de ella permanentemente. Eso ocurre porque para mí la música no es un divertimento sino una forma de sentir la vida.

Los viejos tablaos

-Dice que los flamencos tienen que vivir con el estigma de ser gente del servicio, ¿eso sigue ocurriendo?

-En lo esencial, sigue siendo así. Han cambiado muchas cosas. Antes, cuando un artista cantaba Si no fuera por mi hermana, me hubiera muerto de jambre... hablaba de la realidad. Ahora, cualquier figura del cante cuando termina tiene un cheque esperando, un Mercedes en la puerta y un chalet donde duerme. Si esta gente hoy sigue sin leer y pensando que son el ombligo del universo sin preocuparse de lo que ocurre en el mundo, seguirán sin evolucionar. Si por el contrario esto no ocurriera, la cultura flamenca podría tener una mejor consideración ante el mundo como ocurre con otras culturas musicales.

-Este libro no sonará a despedida...

-Ni mucho menos. Hace tiempo que he perdido el ciclo del sueño. Duermo cuando me apetece. Pero, cada vez que me levanto, o me voy para el ordenador a escribir, o cojo la guitarra. Eso no es predeterminado. Allí donde mi naturaleza quiera estar, seguiré estando yo.

malmagro@lavozdigital.es