ANÁLISIS

El regreso de Juan sin tierra

En los años 1814 y 1820, tras el Manifiesto de los Persas que abolió la Constitución de Cádiz y tras el trágico episodio de los Cien Mil Hijos de San Luis, muchos españoles parten para el exilio, pasando muchos de ellos por París y Londres. Si iniciaba así una nueva diáspora, aún no cerrada, de lo mejor de la cultura y el pensamiento españoles que daría sus mejores frutos allende de nuestras fronteras. De Moratín a Cienfuegos, de Goya a Alberto Lista, de Blanco-White a Gallardo, de Martínez de la Rosa al abate Marchena, resulta francamente sorprendente la gran cantidad de españoles -sin duda los mejores- que tuvieron su patria fuera de nuestras fronteras.

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Un siglo después, volvía repetirse el mismo éxodo violento tras los años de la Guerra Civil, abriendo una vez más esa terrible fractura de las dos Españas. De Rafael Alberti a Cernuda, de Falla a Picasso, de Vicente Llorens a Manuel Azaña, en una interminable lista que, al igual que entonces, emprendía el terrible camino de Juan sin tierra, buscando como nómadas permanentes una identidad que, como españoles, la guerra y el régimen les había arrebatado. En 1939 igual que en 1812.

Pero estos dos exilios, además del destierro forzoso, donde la historia se convierte en exilio, y el exilio en historia, curiosamente van a compartir un diálogo más o menos permanente, en el que la mirada del transterrado se viene a solidarizar con aquellos otros que a lo largo de la Historia de España, y por razones muy similares, se habían visto forzados a esa dolorosa experiencia. Una y otra vez, el disidente, el diferente, el otro, debía emprender el camino, en muchos casos sin retorno, hacia América o Europa para encontrar allí la Patria arrebatada por sus iguales, pues como reza en cierta canción franquista «el que no esté de acuerdo, que se vaya».

En cualquier caso, con la apertura de la democracia en España el regreso y la recuperación de toda esa larga e interminable lista de españoles parecía inminente. Sin embargo, salvo en contados casos y con una memoria muy injusta y selectiva, se ha hecho la justicia merecida. Son muchos los que aún permanecen en las fosas del olvido, y no de la Guerra Civil, precisamente.

Traer al presente la significativa herencia de todos esos hombres y mujeres que lucharon por una España mejor, más justa, más abierta y tolerante sigue siendo una tarea pendiente. Su recuperación plena para la cultura española continúa siendo, aún, una importante laguna. Sirva como ejemplo de esta alarmante situación cómo tratan los manuales de historia de nuestros alumnos la España de los afrancesados, o determinados mitos falsos de la Guerra de la Independencia. Ahora es el momento de corregir.

Con la llegada de la democracia a España y los nuevos tiempos de libertad debe solventarse este escollo sin ningún tipo de fracturas ni reservas, porque esos otros españoles, los mejores -insisto- continúan aún muchos de ellos en el exilio del olvido, la desmemoria o el descrédito, y si bien es cierto que algo ha empezado a cambiar, no lo es menos que incluso dentro del ámbito académico siguen pesando los obsoletos prejuicios de siempre, lejos de todo rigor y verdad.

Por todo ello, la celebración constitucional del 2012, entre otras muchas cosas, puede y debe contribuir a poner en marcha un ejercicio colectivo de recuperación de la memoria histórica, desde una ciudad, Cádiz, especialmente protagonista de estas diásporas y éxodos violentos, y, precisamente por ello muy castigada a lo largo del siglo XIX. Con la serenidad que otorga el paso del tiempo, pueden discernirse con toda claridad esas dos Españas de las que nos hablaba Machado en sus nacionales Campos de Castilla, y en donde el poeta de Sevilla vislumbra la posibilidad de una España que no fue, y que ahora, porque hay que ser muy coherentes con lo mejor de nuestro pasado aunque a veces resulte doloroso, se precisa poner en valor, poner en el lugar que le corresponde a todas esas otras voces, lo más inteligente de nuestro pensamiento político y lo mejor de unos ciudadanos (bastantes) que pensaron en una tierra más aceptable, paradójicamente, lejos, fuera de lo que debían ser sus fronteras naturales.

Dos siglos después del inicio de estas rupturas, porque la Constitución de 1812 también sufrió el exilio -conviene recordarlo a ciertos desmemoriados de ahora- la celebración constitucional debe servir a esa recuperación, y debe ser el pretexto para cerrar, de una vez por todas, esa enorme fractura de la Historia, porque, entre otras cosas, muchos de los que hicieron posible la Constitución de Cádiz o pensaron otra manera de hacer de España una nación moderna, libre y tolerante, precisamente por su apuesta por la libertad, se vieron castigados por el exilio, la cárcel o la muerte. Es el momento de recuperar su pensamiento y su ejemplo de valentía como hombres de Estado. Porque muy a pesar de don Marcelino Menéndez Pelayo todos esos heterodoxos, afrancesados, liberales, románticos y republicanos también fueron españoles. Y posiblemente los mejores.