PRECISIÓN MORTAL. Un vehículo arde en la zona de Beirut donde se registró el sofisticado atentado que costó la vida al general Al Hajj. / EFE
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El asesinato del general llamado a ser nuevo jefe del Ejército agudiza la crisis en el Líbano

Un calculado atentado sin autoría clara golpea el convulso proceso de elección presidencial La deflagración acaba también con la vida del escolta y chófer del vehículo del militar

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Cuando las fuerzas irreconciliables del laberinto político libanés parecían ponerse por fin de acuerdo para nombrar presidente a un militar, la mano negra que activa los coches bomba en Beirut se ponía ayer en marcha de nuevo para matar, por vez primera, a otro uniformado. Un BMW cargado con 35 kilogramos de explosivos segaba a las siete de la mañana la vida del general de brigada cristiano François al Hajj, de 54 años y llamado a ser el próximo comandante en jefe del Ejército, en una clara demostración de fuerza y de amenaza contra la institución castrense. La única neutral, respetada y capaz, hoy por hoy, de mantener la unidad y la tambaleante estabilidad del país, más allá de partidismos cainitas e injerencias extranjeras. La deflagración también mató al escolta y chófer del vehículo, un GMC que quedó reducido a un ovillo de hierros retorcidos tras saltar por los aires a veinte metros del lugar donde reventó.

La calculada explosión golpeaba de lleno en el corazón de las fuerzas armadas libanesas, llevándose por delante a un oficial considerado un héroe. Al Hajj había sido el hombre que mandó el histórico despliegue del Ejército libanés al sur del Litani tras la guerra de 2006 entre Israel y Hezbola, y también quien dirigió la exitosa operación contra los 'yihadistas' de Fatah al Islam en el campo de refugiados de Nahr al Bared la pasada primavera.

En atención a ese perfil, no faltaron ayer las voces que sugirieron que aquella batalla podría estar en el origen del asesinato del militar, devenido en objetivo de las venganzas de Al Qaeda. Sin ir más lejos, el influyente patriarca cristiano maronita, Nsralá Sfeir, se preguntó «si son las victorias (militares) del general Al Hajj las que están detrás de su muerte».

Símbolo de futuro

Pero, ante todo, en las últimas semanas la figura del general había cobrado relevancia pública como símbolo de futuro, en la medida en que su nombre aparecía como favorito a convertirse en el jefe del Ejército si su actual titular, Michel Suleiman, llegaba a ser elegido presidente. En este contexto, su asesinato representa un terremoto en medio de las convulsas negociaciones, ya envenenadas desde hace días, entre el bloque prooccidental que sostiene al Gobierno y la oposición prosiria encabezada por Hezbola para sentar un candidato de consenso en el sillón presidencial, vacío desde que el 24 de noviembre expirara el mandato de Emile Lahoud. Y tras ocho intentos fallidos de abrir la sesión parlamentaria prevista a tal efecto, la última de ellas señalada precisamente para ayer, pero que ya había sido pospuesta hasta el 17 de diciembre.

«Este es uno de esa serie de crímenes que tienen como blanco las instituciones libanesas y sus líderes -advertía sin dudar el primer ministro, Fuad Siniora- y ahora hacen blanco en el mando militar en un intento por frustrar la elección presidencial. El mensaje está claro, y la respuesta será más determinación. La existencia del Líbano está en el punto de mira, pero Líbano sigue aquí».

Desde la mayoría parlamentaria contraria a Damasco, el ministro de Telecomunicaciones, Marwan Hamade, sostenía que «la nominación de Suleiman como pre- sidente y nuestro apoyo hacia él es la razón por la que han apuntado al Ejército como objetivo de este acto criminal», al tiempo que acusó abiertamente de la masacre al 'eje Siria-Irán'. «Los enemigos del Líbano buscan consagrar el vacío en la presidencia», culpaba en idéntica línea el líder de esa misma fuerza, Saad Hariri, que hizo un llamamiento al inmediato nombramiento de un candidato que suceda a Lahoud.

La sombra de Damasco

En apoyo de esa teoría, que ve la alargada mano del régimen de Bachar al Asad detrás de esta última masacre y de las ocho anteriores contra políticos y periodistas adversos a Damasco desde el asesinato de Rafik Hariri en 2005, el bloque antisirio del 14 de Marzo llamaba la atención sobre unas declaraciones pronunciadas el martes por el canciller sirio, Farouk al Sharaa. «Dijo muy claro que su país todavía es fuerte en el Líbano, y hoy lo han querido demostrar», advertía Dory Chamoun, líder del Partido Nacional Liberal.

El bloque mayoritario no pasó por alto tampoco el elevado simbolismo del lugar elegido para el atentado contra Al Hajj, el barrio maronita de Kfar Shima Hadasth, en el próspero vecindario de Baabda, cuajado de embajadas extrajeras, con la sede del Ministerio de Defensa y el vacío palacio presidencial en sus calles. Un fortín exhaustivamente protegido, feudo de la acaudalada clase cristiana y del poderío político, sembrado de barreras de control, que sólo pudo ser violentado en virtud de un sofisticado plan terrorista digno de una organización experimentada.