Opinion

Inolvidables trece rosas rojas

Hay que adolecer de la más elemental sensibilidad, para permanecer indiferente ante uno de los hechos más ignominiosos, que definen muy claramente la sangrienta y cruentísima represión que tuvo lugar después de la última «incivil» guerra española, primero a través de lo publicado por Carlos Fonseca y Ángeles López, -entre otros escritores- y la documentada igualmente en varias semblanzas en revistas y últimamente en la reciente película Trece rosas rojas de Martínez Lázaro.

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Trece mujeres, siete de ellas por cierto menores de edad ametralladas en las tapias del hoy cementerio de La Almudena, además de otros 43 hombres. Era el 5 de agosto de 1939, ¿no había terminado la por muchos llamada «cruzada de liberación»? ¿El crimen para ser eliminadas?: pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas. Fue tal la infame dimensión del asesinato, que su difusión logró conmocionar a los países del mundo, donde el siempre anhelado estado legal de derecho, era tan ajeno desgraciadamente a la dictadura que España sufría, cuando medio país era una cárcel infrahumana.

Documentadamente tras complicados impedimentos, se ha podido saber que el único motivo verdadero de los fusilamientos fue: la «adhesión solo supuesta de las víctimas a la rebelión». Su inscripción en el partido político -fue como en tan innumerables casos-, el poder así practicar un deporte, un instrumento musical, en aquellos días en una España rota.

Para colmo los fusilamientos contra algunas, casi niñas, se llevaba a cabo contra quienes en su gran mayoría no eran ni siquiera activistas, jóvenes pertenecientes a familias muy religiosas y ajenas a la política. ¿Cabe mayor sinrazón de los «vencedores» de una incivil guerra fraticida? ¿Quién estaba a salvo en aquel clima de terror de la posguerra?

A diferencia de quienes mancharon sus manos con sangre de inocentes víctimas, que hasta el último momento defendieron ante la iniquidad de sus muertes alevosas, la ausencia de responsabilidad en desafuero criminal alguno, han quedado sus testimonios desgarradores y entrañables.

Vuestros nombres y el de tantos hombres y mujeres de toda edad no se borrará, pues no matasteis a nadie como vuestros verdugos, solo defendíais un ideal logrado en unas elecciones democráticas, no eliminando a sangre y fuego a aquellos que no piensan como ellos.