Opinion

La africanización de España

El clima de España se africaniza», aseguraba ayer en su portada el periódico de más difusión de este país. Obviamente, la noticia en cuestión hacía referencia a las negras conclusiones que un grupo de expertos había hecho llegar horas antes a La Moncloa, y que se sumaba a la regañina simultánea de la Comisión Europea a España, el país de la Unión que, junto a Italia y Dinamarca, menos ha hecho por reducir las emisiones de anhídrido carbónico en la lucha contra el cambio climático.

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Sin embargo, el diagnóstico pesimista admite una extrapolación atribulada a otros ámbitos públicos: en estas vísperas preelectorales, la africanización de la política es también un hecho. Un hecho constatable a través de la evolución de acontecimientos en el que los vapores del zoco árabe se mezclan con los efluvios de un parlamentarismo agraz y primitivo en el que la descalificación y el dicterio han sustituido hace tiempo al ingenio, la ironía y la creatividad. Los acontecimientos políticos más resonantes de los últimos días son el fracaso del tercer intento de censura de la ministra de Fomento y el rechazo por el Constitucional de una recusación de tres magistrados montada por el PP sobre una información falsa, probablemente urdida para servir de apoyatura a la maniobra. Simplificar todo esto hasta el extremo de atribuir el desastre a la cabeza de turco de Magdalena Álvarez es poner en duda la capacidad de discernimiento de los catalanes, que cada día se preguntan con más curiosidad que interés cómo es posible un tripartito en el que sus miembros no paran de destriparse entre sí.

En democracia, los hitos electorales periódicos son el gran instrumento de la renovación y hasta de la regeneración del sistema. Y aquí, tenemos esta vez mucho que renovar y regenerar después de cuatro años de ruido y de furia causados por una gran confrontación que arranca del 11-M y que a punto ha estado de causar daños irreparables al régimen político. En buena ley, por tanto, los dos grandes partidos que han escenificado esta colisión permanente deberían centrar sus propuestas en una recuperación del tono más constructivo y distendido que caracteriza en todas partes a la normalidad democrática. Y en verdad se advierten algunas propuestas plausibles que van en esta dirección; por ejemplo, el PP ha manifestado su voluntad aparentemente sincera de recuperar el consenso en materia de política exterior. Pero junto a estas ideas edificantes siguen deslizándose los exabruptos y las descalificaciones con tanta inquina que todo indica que el clima general se irá volviendo irrespirable a medida que se aproxime la fecha electoral.

Por puro azar, las elecciones se celebrarán en un marco de incertidumbre económica, debida en su mayor parte a la dudosa coyuntura internacional pero también al aterrizaje del sector construcción. Y ahí sí que los consensos son tan posibles como irremediables. La continuidad de la política económica es un dato estructural de nuestro modelo sociopolítico que nadie está dispuesto a enajenar porque todos sabemos que la ortodoxia económica que nos ha traído hasta aquí de la mano de Pedro Solbes y de Rodrigo Rato ha sido la causa principal de nuestro bienestar, de que hayamos escalado nada menos que hasta el puesto 13 del mundo en el Índice de Desarrollo Humano, un valioso patrimonio que nadie puede arrojar por la borda y que los ciudadanos defenderemos con ahínco.

A fin de cuentas, esta estabilidad en lo económico es lo que demuestra la madurez de fondo de nuestro régimen, que en los últimos cuatro años ha dado sin embargo demasiadas muestras de bisoñez y de inconsistencia.