Opinion

Blázquez, conciliador

El presidente de la Conferencia Episcopal y obispo de Bilbao, monseñor Ricardo Blázquez, volvió ayer a dar muestras de su afán por dirigir a los creyentes mensajes que conectan con el sentir mayoritario de la sociedad. Su recuerdo de la figura del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que presidió a los obispos a lo largo de la Transición, le permitió reivindicar la concordia, la pluralidad y el diálogo como valores que hicieron posible el restablecimiento de la democracia. Valores a los que contribuyó la Iglesia católica al «acompañar a la sociedad en una encrucijada de gran trascendencia para ambas».

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Es sin duda esta visión de la experiencia de reconciliación vivida por los españoles lo que llevó también ayer a Blázquez a reflexionar sobre el pasado con un ánimo conciliador. Su advertencia de que «la memoria colectiva no se puede fijar selectivamente» fue acompañada tanto del deseo de «que se haga plena luz sobre nuestro pasado», como de la invitación a admitir la existencia de apreciaciones diferentes sobre unos mismos acontecimientos, sin las cuales sería imposible «comprender la realidad». Empleando las mismas palabras que dedicó en Roma para explicar las beatificaciones de los mártires, monseñor Blázquez señaló que «cada grupo humano, como la Iglesia católica, tiene derecho a rememorar su historia y a cultivar su memoria colectiva», añadiendo que ello «no supone desconocimiento ni minusvaloración del comportamiento moral de otras personas, sostenido con sacrificios y radicalidad». La inmensa mayoría de los ciudadanos compartirá la convicción expresada por el presidente de los obispos católicos cuando señaló que «no es acertado volver al pasado para reabrir heridas, atizar rencores y alimentar desavenencias». Es precisamente en este punto donde, empleando un lenguaje eminentemente evangélico que parafraseaba a Juan Pablo II, Blázquez quiso acotar el sentido que a su entender adquiere mirar hacia el pasado: hacerlo «con el deseo de purificar la memoria, de corregir posibles fallos, de buscar la paz». Para avalar dicho sentido, Ricardo Blázquez vio necesario formular una autocrítica en nombre de la Iglesia católica, reconociendo que «sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos».