MAR DE LEVA

Nadie duerma

Lo vi el otro día en la tele y al momento fui a buscarlo en Youtube, ese archivo gráfico de nuestro tiempo. Un programa de la televisión británica, al estilo de nuestra Operación Triunfo o programas-lanzadera-por-tiempo-limitado similares. Un casting con público en vivo y tres jueces con cara de hastío y el habitual gesto antipático.

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Y entonces sale a escena un hombrecito regordete, torpón, con cara de pánfilo y dientes deleznables, obviamente incómodo con la chaqueta que viste y que queda claro que no le cierra. Por su acento, pertenece a la clase baja inglesa. Le preguntan su profesión y es algo así como vendedor de teléfonos móviles. La peripuesta señora del jurado le pregunta entonces qué va a cantar, y el hombrecito dice que ópera. La cámara no puede evitar captar el gesto de desdén que se cruzan los tres equivalentes de Risto Mejide (o como se llame), la sonrisita de desdén inequívoca. El cantante no es joven, ni atractivo, ni esbelto, ni siquiera moderno. ¿Cómo osa hacerles perder así su tiempo?

Suena la música y el hombrecito regordete, visiblemente nervioso, entona las primeras líneas del Nessum dorma. Y entonces la cámara ya no lo enfoca siquiera, y se dedica a mostrar el rostro de estupefacción de los tres miembros del jurado y del público. El hombrecito sigue cantando, entona el do de pecho y al final vemos cómo la señora del jurado que lo despreció al principio tiene que secarse las lágrimas de pura emoción, y cómo el público, puesto en pie, aplaude a manos llenas.

El hombrecito se llama Paul Potts y huelga decir que pasó el casting y, más tarde, ganó el concurso. Hoy ha editado un disco que es número uno en Gran Bretaña y acaba de presentarse en España. De la nada a la gloria, nos quieren vender. Una nueva Cenicienta. Existe la posibilidad de vivir del sueño.

Sin embargo, uno explora un poquito más la vida de este hombre de voz angelical y portentosa y llega a una conclusión diferente: el sueño lo ha conseguido porque se ha esforzado en perseguirlo durante años. Consciente de sus dones, el hombrecito había invertido sus ahorros y su tiempo en dar clases de canto, había intervenido en un par de óperas aficionadas sin cobrar por ello, y llegó incluso a cantar delante de su ídolo, Luciano Pavarotti. Mientras tanto, vivía del trabajo eventual y los subsidios de paro y de escamotear los saldos a sus tarjetas de crédito. Viéndolo allí, delante de las cámaras y del público, nervioso e inseguro, no es extraño que ahora sepamos que sufrió acoso escolar durante su infancia. Somos así de crueles siendo niños y seguimos siendo igual de crueles cuando somos adultos.

Es bueno que exista Paul Potts, y es bueno que sirva para recordarnos que el éxito en esta vida no te lo regala nadie, sino que hay que salir a cazar ese mamut todos los días, aunque no tengas las armas que ahora todo el mundo valora estúpidamente: juventud, belleza, la cabeza hueca y la convicción de que en este mundo sólo puede triunfar (sea lo que sea eso de triunfar) si le echas cara dura y no pegas un palo al agua. En una sociedad civilizada, occidental y democrática donde anteponemos esos valores de quita y pon y con fecha de caducidad a los del trabajo riguroso y el esfuerzo, el deslumbre hacia fuera que la satisfacción hacia adentro, menos mal que al menos la lotería de la vida hace justicia una vez y reconoce que Cenicienta también tiene sus derechos. Como la canción que entonó para pasmo del mundo, Paul Potts demostró que no todo el mundo está dormido, aunque esté soñando.

Inmersos como estamos en la cultura del pelotazo, del braguetazo, del petardazo y el ladrillazo, conviene que recordemos que hay gente que está a la cuarta pregunta, ignorada y despreciada, porque cumplir sus sueños pasa por negar la velocidad que ahora parece que está de moda en todo aquello que antes y siempre requería su paciencia y su método.