Tribuna

El Oratorio, símbolo de España

Comenta Fernando Savater en su Diccionario del ciudadano -sin miedo a saber algunas de las ideas más básicas en una sociedad de progreso, en una sociedad libre, en la que el ciudadano debe empezar a tomar su sitio frente al político de escaparate, esa especie de estrella del varieté, cuya vanidad lo convierten en una mera mueca, en una máscara, cada vez más lejana del político real- que en una sociedad saneada democráticamente somos, en realidad, todos los que nos llamamos y nos consideramos ciudadanos.

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Pero en una sociedad realmente formada por ciudadanos, también resulta extremadamente importante saber cómo queremos representarnos a nosotros mismos, cómo queremos nuestra identidad, qué ideas queremos transmitir, siempre de acuerdo con una ética de la que nunca se debe desertar, porque de hacerlo ya nos habremos transformado en una máscara sin más, sin ningún contenido más que la fachada. Porque los símbolos, por lo que significan, importan, y mucho.

Todo ello viene a colación por las últimas noticias sobre el tan traído y llevado asunto del Oratorio, que trascienden tanto las fronteras del debate local como los problemas de su titularidad eclesiástica. Me explico.

La falta de acuerdo entre Junta y Obispado en las negociaciones para convertir el Oratorio de San Felipe en un Centro de Estudios del Constitucionalismo viene a demostrar en qué tipo de sociedad real vivimos, muy al margen de las coordenadas que Savater nos propone en su Diccionario. Porque lo importante no es el fracaso del convenio, sino la incapacidad de la sociedad gaditana y sus representantes para otorgar a ese espacio del Oratorio la singularidad simbólica que posee, como la caja de la Constitución de 1812 y el origen de la Nación moderna que llamamos España. A veces, da la sensación de que habría que explicar la Historia también a nuestros políticos.

Porque, mucho me temo que no ha habido un comportamiento muy responsable por parte de ninguno de los interlocutores de esta especie de Cena de los idiotas en que, finalmente, se ha convertido toda esta historia, poco transparente y donde se han alzado algunas voces contrarias, dando argumentos muy poco serios, incluso como católicos y creyentes, exhibiendo actitudes de otros tiempos. Tampoco ha ayudado mucho el talante de nuestros políticos municipales, que bien podían haber abanderado toda esta cuestión, más allá del gesto de siempre. Porque esa España -y lo subrayo muy a conciencia- en la pensamos y creemos todos nació ahí: en el Oratorio. Una España de libertades, de diálogo, de consenso, para la que negamos la posibilidad de, simplemente, poner en valor uno de sus espacios más emblemáticos y simbólicos. Porque el problema central no reside sino en la falta de consenso democrático en este tipo de actuaciones, donde debemos reconocernos todos, y que, por cierto, también deben ir acompañadas de un proyecto sólido, serio y profesional, que muy posiblemente por parte de la Junta de Andalucía no ha habido en ningún momento.

Creo, sinceramente, que esta desafortunada historia del Oratorio es una muestra muy clara -como diría Savater- de que aún nos falta mucho por hacer en educación democrática. Tan sólo espero -como muchos gaditanos- que esto no sea un adelanto del Bicentenario, porque para muchos ciudadanos, 2012 es algo más que una fecha o un reclamo electoral. Y porque a pesar de todo el Oratorio es el símbolo del nacimiento de la España moderna, democrática y plural que ahora disfrutamos