EL LEÓN. Se ha convertido en todo un símbolo del edificio de Correos.
Jerez

Tenemos una carta para ti

El viejo edificio de Correos, en contra de lo que se pueda pensar, conserva una de las estampas más románticas de la ciudad

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El edificio mantiene la leyenda de ser el lugar por cuyos pasillos más frases de amor se han deslizado. Cartas de amor y apremio de pagos, certificados, paquetes secretos con contenidos prohibidos, el número perdido de una colección de Mundo submarino y que ha sido enviado por la mismísima editorial, un giro postal que mandan unos padres a su chico estudiante porque la nevera del piso se ha quedado en reserva y una carta de dos amigos que se conocieron en unas vacaciones en los Picos de Europa. Cada carta va a lo suyo, manejada por las gomillas y las manos de las expertas manos de los funcionarios.

El edificio está en pleno centro de la ciudad, con sus muros color crema fina y el recuerdo de sus anchas puertas giratorias que todos recordamos, un círculo que no para de girar como un tiovivo donde casi todos los jerezanos, de niños, han jugado alguna vez. Es el edificio de Correos. Un lugar donde los funcionarios, cada mañana, recorren los tuétanos de sus dependencias a la búsqueda de una carta sin remite.

Rosario se atreve a contar una historia que tiene gracia y que ya, de por sí, merece un reportaje aparte. «Recibí una vez una carta de mi hermana que vivía en Barcelona. Aquello fue un milagro que llegara. Como ella no sabía mi dirección y por aquel entonces una conferencia por teléfono era muy cara para preguntarme el domicilio, puso en el sobre mi nombre, después el barrio donde yo vivía por aquella época -es decir, El Chicle- y, para colmo, mi ocupación que la conocía todo el mundo: la cocinera del cura. Como el cartero me conocía, aquel famoso Bonilla, supo que se trataba de mí, y me acercó la carta donde mi hermana me contaba sus cosillas», comenta con gracia. Después de aquello, Rosario se coloca en la cola y asume que aún le falta algo así como diez largos minutos para llegar a la orilla del mostrador de mármol.

Y el león con sus fauces abiertas. El félido ha engullido tanto papel que a buen seguro hubiéramos encontrado en sus intestinos suficiente materia prima como para escribir toda la historia del mundo. De esta forma, no se entiende el viejo edificio de Correos sin la boca del león más popular de la ciudad, incluido a uno verdadero que habita en el Zoológico. Un niño asoma la mano por la boca para dejar una carta. «¿Quién no ha echado una carta por la boca del león?», comenta la señora que sujeta al crío, que asoma la mirada para intentar descubrir las entrañas de la fiera.

Llegan tiempos malos para el viejo edificio de Correos. Un señor que baja las escalinatas de la entrada principal comenta que «internet lo ha jodido todo». El encanto de una carta perfumada se evapora a otros tiempos como el humo de un puesto de castañas asadas. Ahora que caen también las hojas, algunos pretenden derribar el edificio para sacar a flote el Teatro Villamarta, que es el viejo vecino de al lado. «¿Cómo se va a desnudar un santo para vestir a otro?», prosigue el señor con su corbata ajustada y su bastón erguido.

El león parece haber guiñado un ojo cómplice, y el señor se va reconfortante calle Mesones arriba. Parece que va soñando viejas correspondencias de amor.