CRÍTICA DE TV

Esclavos

A La Sexta se le ha ocurrido una idea singular que consiste en aplicar el modelo de Gran hermano a las relaciones de pareja: coger parejas en crisis y meterles una cámara en el dormitorio para que todo el mundo vea sus disputas, sus broncas, sus desencuentros ¿Y sus encuentros? También, pero éstos no los veremos, sino que simplemente los oiremos, porque la pareja podrá tapar la cámara si decide resolver su crisis por vía genital. El programa se llama Terapia de pareja y estará pronto en pantalla. ¿Por qué terapia? Porque el objetivo teórico del show es que unos psicólogos estudien el comportamiento de esas parejas atribuladas y les ayuden a resolver sus problemas de convivencia.

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La legitimación científica de la cosa corre a cargo de una psicopedagoga, Arantxa Coca Vila, y de un psicólogo, Mariano Betés de Toro, especialistas en análisis transaccional la primera y en musicoterapia el segundo. «No queremos engañar a los espectadores -dice Coca Vila-, pero tampoco a la pareja, que debe ver un reflejo fiel de lo que le está sucediendo. Son personas con problemas que quieren mejorar su relación y están dispuestas a hacerlo ante las cámaras. Este punto debe quedar claro».

Está claro, sí. Desde un punto de vista estrictamente televisivo, Terapia de pareja es una mezcla de Gran hermano y Supernanny. Y desde un punto de vista ético, el problema que plantea este tipo de programas es semejante al que plantearía un caso de esclavitud voluntaria: una o más personas deciden libremente renunciar a varios de sus derechos (la intimidad, la propia imagen ) y algunas de sus libertades más elementales (vivir en tu casa como te dé la gana) a cambio de una remuneración económica.

En Terapia de pareja, a la compensación económica se añade una contraprestación en especie de tipo psicológico, es decir que el programa ayuda al esclavo a resolver los desajustes de su vida marital, y en eso consiste la coartada del espectáculo. Digo que es una coartada porque el objetivo de La Sexta, evidentemente, no es ayudar a una pareja -si así fuera, no sería preciso meterles una cámara en la alcoba y enseñárselo a todo el mundo-, sino montar un show con previsible rentabilidad en términos publicitarios y de audiencia. Los psicólogos, eso sí, dicen que la exhibición es un buen instrumento: «Hemos descubierto que la fuerza de la imagen es poderosísima. Es muy impactante para el paciente, tanto que el hecho de verse supone por sí solo el 50% de la terapia». Bueno, sí, pero ¿que todo el mundo lo vea? O sea que tanto tiempo quejándonos de que la suegra se quedaba a vivir en casa, y ahora terminamos llamando a la televisión. Qué vueltas da el mundo.