MIRADAS AL ALMA

El destino como condena

Todo hombre viene al mundo sin su propio consentimiento. Existen aquellos que son consecuencia de sus propios impulsos por sus espíritus vehementes y otros que sólo son consecuencia de la propia fatalidad de un destino que jamás eligieron. A ninguno de ellos se les puede atribuir culpa o condena por resignarse a la nada, a sentirse defraudados con la propia vida. Vivir, entonces, se convierte en un tormentoso camino de espinas donde culpar a los padres o a Dios no resulta descabellado. Elegir o no elegir es nuestro privilegio; no tener ese don significa la más cruel opresión de la existencia. Maldecir a la vida y al universo es el mínimo piropo que todo hombre se debe y puede permitir.

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La moral de cada uno es sólo unasintomatología a la que hay que exprimir. La vida es una metáfora que nos escupieron por la espalda sin esperarlo. Llegados a este razonamiento, es conveniente para uno mismo aceptar que podemos formar parte de nuestras propias decisiones e intervenir para crear un destino mejor al que estábamos predestinados. Poder elegir amistades, amoríos, ocios y religiones es nuestro propio bálsamo para las heridas moralistas. Luchar por aquello que sí podemos elegir casi no tiene precio, aunque resulta desolador pensar que sólo a eso podemos acceder.

Con todo ello, vivir es una obligación a la que hemos sido sometidos por decisión de otros, y lograr por ello tener paz y satisfacciones de vez en cuando es el gran triunfo del ser.

Vivir en una eterna lamentación es, por tanto, una libre elección, aunque mejor es asimilar que podemos engrandecer nuestra vida con voluntad y arrojo. Al fin y al cabo, ya que estamos, disfrutemos con el tiempo dado. Curemos nuestra enfermedad.