Péndulo educativo en Andalucía: del insulto a los niños en clase a la sobreprotección

Autoridad del profesor y motivación del alumno están en una tensión continua en el aula, como demuestra el caso de la docente llevada a juicio por presuntos insultos

Una profesora dando clase en un aula de Bachillerato en un instituto en una imagen de archivo ABC

Francisco Robles

La noticia es un aldabonazo en la conciencia de esta sociedad que sigue sin resolver el problema de la educación. Una profesora de El Viso, provincia de Córdoba, se enfrenta a una petición del Ministerio Fiscal de tres años de cárcel por vejar supuestamente a varios alumnos en clase durante el curso 2014-2015. Según la acusación, les llamaba vagos, tontos o inútiles , y les decía que no servían para nada. Francisco Luque, presidente del sindicato Anpe en Córdoba, al que está afiliada María del Carmen Fernández Nogales, define a la acusada como una buena profesional: «Dudo que tenga algo que ver en ese asunto . Puede haber un trasfondo político, ya que su hermano fue alcalde del cercano pueblo de Hinojosa del Duque , y es posible que haya habido algún tipo de vendetta».

Para Luque, resulta extraño que el alcalde de El Viso aportara documentación sobre el caso a la Administración, lo que resulta más que chocante: de ahí la sospecha de una venganza política entre partidos. « Hubo llamadas a la Delegación Provincial de Educación para que destituyeran de su cargo a esta profesora, que era la directora del instituto. Así lo hicieron, pero ella presentó un recurso y lo ganó en el juzgado».

Este caso se resolverá en la Justicia, y no en el ámbito de la educación. La pregunta que cabe hacerse ante situaciones así va más allá de este caso concreto. ¿Qué sucede si un profesor llama tonto a un niño en clase? Francisco Luque cree que hay que situar las cosas en su contexto, y que ante una pérdida de paciencia por parte del profesor, el asunto se puede resolver con una falta leve y un rapapolvo sin crucificar al docente, ni pedirle penas de cárcel ni de inhabilitación. Para Ángeles Guzmán, psicopedagoga y defensora del Profesor del sindicato Anpe, «hay que tratar a los alumnos con el máximo respeto , en un clima de confianza donde se sienta libre para expresarse. Cualquier insulto hace daño en nuestra autoestima. Y eso se refleja en la vida diaria».

Autoestima

La autoestima, uno de los iconos del pensamiento posmoderno, es la piedra angular de la educación según José Carlos Aranda , doctor en Ciencias de la Educación y creador del método educativo «Inteligencia natural». En cuanto a la influencia del comportamiento del alumno en su rendimiento escolar, asunto que evitan los pedagogos logsianos para no tener que enfrentarse con el problema, Aranda afirma que al alumno «hay que enfrentarlo con las consecuencias de sus actos, que pueden provocar resultados negativos a medio plazo si la actitud no es positiva. Deben asumir un proyecto de futuro por el que merezcan la pena el esfuerzo y la lucha ». Aquí topamos con uno de los dogmas que ha forjado la nueva pedagogía: hablar de esfuerzo es un tabú, ya que todo es lúdico y fantástico. El niño no va a al colegio o al instituto para aprender, sino para ser feliz: así se las gastan los defensores a ultranza de un sistema educativo que destierra conceptos como disciplina, estudio o fracaso escolar.

¿Están los adolescentes de hoy sobreprotegidos? El profesor Aranda lo tiene claro: «Totalmente. Existe un perfil de padres muy peligroso, ya que no comparten su autoridad con el profesor y sólo escuchan al niño. Por otro lado, nos encontramos con las familias negligentes que delegan la educación en el centro escolar , cuando los niños deben ir educados de casa».

¿Qué se puede hacer cuando un alumno desafía al profesor abiertamente delante de sus compañeros en clase? «Muchas cosas, pero ninguna da resultado. Sin colaboración de la familia es muy difícil combatir una actitud desafiante, chulesca, grosera o provocadora. Esos alumnos están adiestrados en sus derechos , pero no asumen ninguna obligación».

El profesor Aranda recuerda tiempos pasados a esta respecto, « cuando los alumnos nos poníamos en pie al entrar el profesor en clase, ya que eso significaba que había sucedido algo importante. Ahora pasan del profesor y siguen jugando o peleándose entre ellos, como si nadie hubiera entrado en el aula». Exhibe un dato importante que debería hacer reflexionar a nuestras complacientes autoridades educativas: España es el país europeo donde se pierde más tiempo en poner orden en la clase. Para ello se emplea el 25% del horario escolar . Otro tabú para la progresía educativa, que maquilla esa pérdida de tiempo, de energías y de dinero público con uno de sus típicos eufemismos: ese tiempo se emplea adecuadamente en la solución pacífica de conflictos.

Como el acomodador

¿Qué puede hacer el profesor ante esas faltas continuas de respeto hacia su labor y haci a el resto de los alumnos que sí quieren aprender? Manuel Jesús Roldán, profesor de Secundaria y Bachillerato colaborador con ABC en asuntos relacionados con el arte y la cultura, es tajante: « Yo me conformaría, como docente , con tener la misma autoridad que el acomodador de un cine: si alguien arma jaleo y no deja ver la película a los demás, se le echa del cine. Pues en el instituto debería hacerse lo mismo». Seguimos con los tabúes logsianos . Eso es impensable para los que anulan en los despachos una expulsión de un alumno que amenaza a sus compañeros con una navaja. Estamos hablando de un caso real. Para estos buenistas, esa expulsión crea una exclusión social del navajero. Como si no se hubiera encargado él solito de excluirse del grupo con su actitud.

Roldán hace hincapié -como el profesor Aranda señala en términos similares- en la soledad del profesorado, que se enfrenta con «esos padres que le piden explicaciones sobre cuestiones que son propias del docente, y se sienten abandonados por los inspectores que se ponen de parte de los padres. Esta barbaridad está conformando una generación blanda de adolescentes sobreprotegidos que no sabrán enfrentarse a las dificultades de la vida».

Esa soledad del profesorado acaba, para José Carlos Aranda , en un callejón sin salida para el docente que termina quemado: «Un factor decisivo para que se quemen los profesores es la falta de valoración de su profesión. Los padres discuten sus decisiones y sus calificaciones sin estar preparados ni tener titulación para ello ». La ley del péndulo sigue vigente en la educación de nuestros días. Del insulto a la sobreprotección sin pasar por el término medio del esfuerzo , la disciplina y el respeto .

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