HISTORIA

El reinado que se dilucidó en Alcolea

Del enfrentamiento que libraron los ejércitos del Marqués de Novaliches y del general Francisco Serrano y Domínguez se cumplirá un siglo y medio el 28 de septiembre

Recreación pictórica de la batalla de Alcolea ABC

Félix Ruiz Cardador

A los libros de historia y los exámenes de Selectividad ha pasado con el nombre de Revolución de 1868, La Gloriosa o La Septembrina. Serias dudas existen sin embargo de que fuese una auténtica revolución popular y también de que sus resultados se puedan entender como más o menos felices. Sea como sea, lo cierto es que el pasado 18 de septiembre se cumplieron 150 años del pronunciamiento en Cádiz del almirante Juan Bautista Topete, una asonada muy decimonónica y exitosa que, al grito de «¡España con honra!», acabó con el reinado de Isabel II. Aquel hecho tuvo fuertes resonancias en Córdoba, donde también triunfó el orquestado alzamiento contra el Gobierno y la Reina. De hecho, en el término de la capital, en el estratégico puente de Alcolea, se libró la batalla decisiva entre los partidarios de la monarca y los conjurados contra ella. De ese enfrentamiento, que libraron los ejércitos comandados por el Marqués de Novaliches y por el general Francisco Serrano y Domínguez, se cumplirá un siglo y medio el 28 de septiembre.

El profesor de la Universidad de Córdoba Francisco Miguel Espino ha estudiado la historia de esa España del siglo XIX, centuria que arrancó con la victoria en la Guerra Independencia frente a los franceses y acabó con derrota contra EEUU en la Guerra de Cuba. Sostiene que la causas de La Gloriosa fueron variadas, una especie de tormenta perfecta que puso fin a un reinado de Isabel II que hacía aguas desde hacía largos años. Motivaciones políticas, económicas y sociales están detrás de uno de los momentos más estudiados de aquella España de los «espadones», que así es como se conoce a los grandes aristócratas, militares y políticos que marcaron el paso de España.

Francisco Serrano ABC

En lo político, el principal «cáncer» que se apunta como causa del malestar es la falta de rotación en el poder. El Partido Moderado, conservador y cercano a la Reina, monopolizó el ejercicio del Gobierno durante décadas y con tan sólo dos excepciones: dos años de gobierno progresista (54-56) y cinco años de la Unión Liberal (58-63). Esa situación, favorecida por el clientelismo, dio pie a que los partidos de la oposición acabasen forjando el Pacto de Ostende y que tenía por finalidad derrocar a la Reina. Tal contubernio contó desde el inicio con el apoyo de los progresistas que lideraba Juan Prim y con los miembros de la ilegal facción demócrata, en la que militaban republicanos, obreristas y personas de diversa ideología. La clave del éxito del Pacto de Ostende, cuyos objetivos pasaban por «acabar con lo existente» e iniciar un proceso constituyente, fue que al acuerdo se acabó sumando la centrista Unión Liberal tras la muerte en 1867 de su líder histórico, Leopoldo O’Donell. A estos movimientos partidarios se agregaron también otras causas variadas como los efectos de la importante crisis bancaria y empresarial que se vivía en la década o el descontento social que provocaban la pobreza de las clases populares. También medidas muy impopulares como las quintas militares (injustas con los más desfavorecidos) y los impuestos que grababan bienes básicos como el pan o el jabón.

Estado de excepción

Con tales mimbres no dejaron de producirse en los años previos intentonas revolucionarias, como la del cuartel de San Gil de 1866. La que prendió fue la de 1868. Recuerda el profesor Espino que en Córdoba la noticias del alzamiento llegaron dos días después de que ocurriese y que el poder establecido y los moderados cordobeses tomaron medidas para intentar evitar que la asonada triunfase. El principal moderado cordobés era el exministro de la Marina Martín Belda, egabrense, que controlaba una gran «red clientelar» a través de nombramientos y prebendas, mientras que en la ciudad tenían gran influencia el gobernador militar Juan Nepomuceno Servert o Ricardo Martel Fernández de Córdoba, IX C onde de Torres Cabrera. Las fuerzas isabelinas declararon el estado de excepción. En vano.

En Córdoba estaba ya formada de antemano una Junta Revolucionaria, que lideraba otro nombre importante de la época: el por entonces Conde de Hornachuelos, y luego Duque, José Ramón de Hoces y González de Canales, militar en la reserva y persona con gran capacidad de mando. La conexión con el alzamiento de Cádiz corría a cargo del oficial Juan Bellido, mientras que el liderazgo militar se le entregó a Ignacio Chacón, que era el coronel de los Lanzeros de Villaviciosa. La Junta activó los mecanismos en los que había trabajado durante meses y el día 20 de septiembre, tras varios enfrentamientos callejeros, Córdoba también cayó del lado de los partidarios del pronunciamiento. Hubo muertos pero no una gran inestabilidad.

Duque de Hornachuelos ARCHIVO

El conflicto no había acabado sin embargo en Córdoba, pues pronto corrió la noticia de que el ejercito isabelino, liderado por Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, se dirigía hacia el Sur para intentar revertir la situación. Para contrarrestarlo, se puso en marcha también la fuerza militar que habían logrado reunir los conjurados y que estuvo al cargo del por entonces líder de la Unión Liberal, el general Francisco Serrano, Duque de la Torre. Las dos fuerzas se encontraron finalmente en el puente de Alcolea, estratégico paso sobre el Guadalquivir donde ya se había librado otra batalla entre franceses y españoles en 1808. Novaliches lanzó aquel 28 de septiembre un ataque frontal, pero al ver que no avanzaban decidió ponerse en vanguardia para motivar a sus soldados. Una proyectil de artillería le desfiguró el rostro y le dejó herido grave. El Estado Mayor de Novaliches abandonó junto al herido la posición y ese fue el detonante que provocó el repliegue y el desmoronamiento de las fuerzas isabelinas. En la Batalla de Alcolea participaron unos 18.000 hombres y, según cuenta el profesor Espino, la ciudadanía cordobesa mostró su solidaridad con los heridos.

El eco de la derrota

Las noticias del desastre del Ejército real corrieron como la pólvora por España y pronto comenzaron a escribirse versos satíricos sobre el marqués desfigurado. El eco de la derrota llegó por supuesto a la Reina, que estaba de vacaciones en San Sebastián. Isabel II, tras tener también noticia de que el poder en Madrid caía del lado de los promotores del pronunciamiento, decidió entonces exiliarse a Francia poniendo así fin a un errático reinado que había comenzado en 1833. Lo que vino luego fue un Gobierno provisional liderado por Serrano que daría paso a lo que en la historia se conoce como el Sexenio Revolucionario. La estabilidad no vino con esta asonada y seis años después, tras el fracaso del reinado de Amadeo de Saboya y de la efímera I República, los Borbones regresaban al trono español en la persona de Alfonso XII. La gloria de este proceso esté más en su nombre romántico que en los libros de texto. La utopía nunca se cumplió.

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