Pasar el rato

Sus cosas desconcertadas

Mayores que mueren en sus viviendas, con una soledad forzosa y sin nadie al lado para hacer honores a la muerte

La 'desproporción' cordobesa

Los buenos estudiantes

Varios vecinos pasean por la calle Moriscos, en la que falleció una persona sola en su domicilio Valerio Merino
José Javier Amorós

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En España, incluida Córdoba , hay más escritores que lectores. También hay más gobernantes que súbditos. Queda ya poca gente para obedecer. Y para leer. La historia de la humanidad se ha trastocado. Está cerca el momento en que cada español tendrá escrito y publicado un libro, del que será único lector. Fenómeno que se conoce como autoabastecimiento cultural . Cada uno leerá exclusivamente de lo suyo, aunque siga hablando por el móvil con los demás. Por eso tiene tanto mérito escribir. Porque no sirve para nada. Mucho menos el artículo de periódico, líneas en el agua. Y sin embargo, seguimos. Uno ha sido educado literariamente en el valor de lo pequeño como argumento de calidad. Lo de cada día. Un hombre y una mujer se quieren, ponga usted el resto. Y el resto puede ser ‘Romeo y Julieta’, ‘El rojo y el negro’ o ‘Madame Bovary’. Qué más quisiera uno que ser capaz de poner ese resto. Pero educación ha recibido.

Las vibrantes trompetas del verano cordobés tocaron a muerto el jueves pasado. A muerto en soledad. Pero no las oímos, con este calor, ocupados como estábamos en ir de nuestra desazón a nuestros asuntos. La noticia es pequeña, y ocupaba en este periódico un espacio también pequeño. Un hombre y una mujer con toda la vida por detrás, cada uno con la soledad de su propia vida a cuestas, murieron a solas en sus respectivas casas. Que estaban en la calle Moriscos y en la carretera de Trassierra , aunque el dolor no recibe en domicilio fijo. El hombre tenía veinte años más que la mujer, pero la muerte nunca toma en consideración el calendario.

Para la muerte , dos antepasados cordobeses . Antepasados, ¿de quién? Nadie me busca, nadie me necesita, nadie me quiere. Tampoco después del gran viaje viviré en el amor de nadie. Morir no puede ser peor que haber vivido. Y se han muerto solos, sin nadie a su lado para hacer los honores a la muerte. ¿Notará alguien su ausencia?

Quizá se queden desconcertadas con su muerte unas pocas cosas suyas, como cantó para su propia muerte el poeta José María Valverde . Una silla, el vaso de leche, las gafas, una vieja chaqueta, un libro. Durante unos días, nada más. No es mucho hueco para tanta vida. Ahora tienen toda la eternidad por delante, que será con ellos más compasiva. En cualquiera de nosotros hay cosas dignas de elogio, de admiración, incluso de amor. ¿Cómo no iba a ser así con esos dos muertos nuestros en soledad?

Nosotros, sus semejantes, sus hermanos, no sabíamos que estaban solos , y ahora no sabemos que están muertos. Si es que no se trata de la misma cosa, en distinto tiempo. La suya parece haber sido una soledad triste, no creativa. Una soledad forzosa . Probablemente no les asistían ni los recuerdos. ¿Qué interés podían tener en recordar a quienes los excluyeron de sus vidas, negación tras negación? Para conseguir llamar la atención momentánea de unos cuantos desconocidos, han necesitado morirse sin más compañía que la muerte. Hermana muerte, que estabas tan sola como nosotros.

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