Mario Flores - EL DEDO EN EL OJO

YO NO SOY GAY

Hay homosexuales que viven con rabia que la homosexualidad sea unívocamente homologable con ciertas extravagancias

Mario Flores
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Yo no soy gay. Más bien debo ser, según sentencia firme del lobby de la nueva ideología de género, «elegetebefóbico». Qué quieren que les diga, yo veo por la calle a alguien con tanga, botas de cuero, correas atravesando su torso desnudo y cachucha de policía «malo malote» y me pongo muy nervioso. Y si además va sacando la lengua en actitud obscena salgo corriendo buscando las faldas de mi madre. En cambio cualquier homosexual me merece todo el respeto; por ser persona, antes que por ser otra cosa. No veo nada abyecto ni torcido en tener esa condición y proclamo desde aquí el derecho de los homosexuales, transexuales,...a gozar del debido respeto, trato y consideración. No puede ser de otra forma.

Pero no abrazar el dogma maximalista deberá costarme ser quemado en los próximos días en la hoguera pública según violo la sagrada doctrina de la Santa Hermandad del Lobby LGTBI, ese que estos días entra en un extravagante gozo pascual al celebrar el «día del orgullo». Y no seré yo quien califique el aquelarre de tal modo, sino que son los propios homosexuales «serios» los que abominan de esa forma de empañar la imagen de unas personas que deberían ser respetadas por ese mismo colectivo que, por contra, culmina el propósito contrario.

Así me lo confesó mi amigo Rafa, a cuya boda con Pepe asistí encantado en el litoral malagueño hace algunos años. Comentaba él que ese tipo de actos eran aborrecibles y que vivían con rabia que la homosexualidad fuera unívocamente homologable con esa clase de extravagantes manifestaciones.

La modernidad líquida ha traído consigo algunos axiomas que todo aquel que quiera ser considerado como progresista, avanzado y «guay» debe abrazar con la exacerbada fe del converso; una de ellas es adherirse incondicionalmente a las imposiciones doctrinales del movimiento LGTB. Y quien no lo haga deberá ser arrojado a la ominosa periferia cavernaria. Cómo será de espinoso el asunto que hasta el PP agita la bandera multicolor con entusiasmo a pesar de ser excluido de las cabeceras de las manifestaciones; quienes propugnan la tolerancia excluyen a los que no son de su cuerda, curiosa manera de exhibir impúdicamente sus contradicciones internas.

El Ayuntamiento cordobés de progreso (o eso dicen ellos) ha posado para la foto en actitud «archisupermegagüay», izando la bandera multicolor en el consistorio y obligando a todos a tragar con la fatídica ideología de género a pesar de ser una doctrina discutida y discutible (esta sí).

El lobby multicolor ha conseguido imponer su singularísima visión de las cosas obligando a todos a agachar la cerviz y postrarse ante lo que no es sino una cuestión bastante controvertida.

Pero para exigir respeto hay que tenerlo antes por uno mismo y por lo demás. Nada que celebrar entonces.

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