José Javier Amorós - PASAR EL RATO

La llamada de la selva

Qué manía ésta de no dejar en paz a los niños, lo mismo con un farolillo para la independencia que un león para la identidad sexual

José Javier Amorós
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Hubo un tiempo feliz, antes de los barbitúricos, en que los insomnes alcanzaban esa imitación nocturna de la muerte que es el sueño, mediante el recurso de contar ovejitas. Además de leche, lana y carne, la oveja tenía propiedades ansiolíticas. Y culturales. No sólo daba de dormir, sino que con ella aprendíamos aritmética. La falta de una iniciativa como la de la Federación Andaluza Arco Iris y el Centro de Profesores de la Junta de Andalucía en Córdoba, que hubiera permitido que las ovejas se presentaran a los niños de entonces como modelo de diversidad sexual, ha hecho imposible que la oveja tenga hoy tanto prestigio como el cerdo, del que es leyenda que se aprovecha todo. Acaso el natural apacible de la oveja ha dificultado su promoción social.

Pero magisterio, el de la oveja.

Del perro como ameno compañero de animalidad, siempre se ha destacado que es intrínsecamente leal y tiene una capacidad emocionante para olvidar agravios. Lo contrario de un político. No es improbable que un niño haya presenciado una cópula perruna, con reacciones distintas según el nivel de refinamiento intelectual. Desde la sorpresa del pequeño filósofo que hace el descubrimiento o asiste al espectáculo por primera vez, hasta la risa procaz y el comentario chabacano del pre-alcohólico de enseñanzas medias. Pero no es en la dimensión sexual del perro donde el niño tiene puestas sus esperanzas afectivas, ni donde encuentra un modelo de vida. Al perro, lo que es del perro, pero nada más.

La dificultad de convivencia armoniosa con los leones, también si son homo o transexuales, explica que no podamos detallar aquí su influencia en la pedagogía. Al perro o a la oveja podemos conocerlos por el trato, y no hacen falta fotografías ni monografías. Pero son contados los niños que han tenido familiaridad con los reyes de la selva. Quizá Mowgli, Tarzán, y pocos más. Y de Tarzán es sabido que se sentía más cómodo en la convivencia educativa con los monos. Fue un precursor, porque muchos años después de sus aventuras, se descubrió que el genoma del chimpancé tiene en común con el del hombre el 99 por ciento de la secuencia básica del ADN, gen arriba, gen abajo. De los monos se aprende más que de los leones. Tarzán, al menos. Por lo tanto, la imagen de un león macho montando a otro león macho, que las organizaciones antes citadas ofrecen a la infancia cordobesa para que se familiarice con la diversidad sexual, más que conocimiento, infundirá temor.

Qué manía ésta de no dejar en paz a los niños, lo mismo dándoles un farolillo para la independencia que un león para la identidad sexual. Si el niño sale A, B o C, ya lo verán sus padres, y le ayudarán a crecer y a vivir amado, aceptado y feliz. Que los niños tienen colita y las niñas no tienen colita se sabe desde el Paleolítico. El satisfactorio aprovechamiento de esa diferencia ha hecho posible que la humanidad se perpetúe, y existan grupos como Arco Iris y la misma Junta de Andalucía. Que la originaria doctrina de la colita tenga excepciones, por numerosas que sean, confirma la regla general, y en nada afecta a la dignidad humana, que nos iguala a todos, porque es ontológica. O sea, que depende del ser y no del actuar. Pero la dignidad no impide que un hombre pueda hacer el ridículo, se ponga el sexo que se ponga para dormir.

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