Pasar el rato

Lenguaje electoral

El candidato socialista a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Espadas, en la noche electoral Juan Flores
José Javier Amorós

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Vuelvo a caer en la tentación de las elecciones andaluzas , porque la falta de nivel retórico me fascina como la mirada de la serpiente del Paraíso. El pobre Juan Espadas atribuye su democrático descenso a los infiernos a la baja participación . Si hubieran podido votar también el PNV y Esquerra Republicana de Cataluña , Andalucía seguiría siendo socialista. Espadas sabe que Andalucía es de izquierdas, y probablemente ha recordado un tiento -que le escuché hace veinte años a Pepi de Ignacio- sobre el amor verdadero: «El amor que nos tenemos / no se puede destruir. / Se puede cortar la rama, / pero queda la raíz». Eso le permite asegurar que ha ganado las elecciones de 2026.

Mientras, el eventual Moreno Bonilla se ha construido una buena cabaña con las ramas, y el esencial Espadas se mantiene hundido en la raíz del amor. Juan Marín considera que el pueblo andaluz le ha dado al PP el triunfo que correspondía a Ciudadanos . Al parecer, él y los miembros de su partido agonizante que forman parte del gobierno andaluz, han hecho un trabajo de tal brillantez que ha beneficiado inevitablemente a Moreno Bonilla; que tampoco lo ha hecho mal, pero sin llegar a su nivel. Todavía no sabemos si abandona la política y la sustituye por un bar en Sanlúcar , o se va a quedar expuesto en San Telmo.

Oyendo a la decepcionante Macarena Olona tiene uno la impresión de que quien ha ganado las elecciones es el PSOE. Con firmeza derechista anuncia que estará vigilante con un partido tan poco de fiar para ella como el PP. Una mujer tan culta y tan ineficaz, no debería ignorar el consejo de Talleyrand a sus diplomáticos: «Y sobre todo, nunca demasiado celo».

A las dos jóvenes pensadoras de más allá de la izquierda no les va a quedar más remedio que echarse a la calle, siguiendo la doctrina política de Adriana Lastra . Tan modestos han sido sus resultados revolucionarios. Criticar, además, sus facultades retóricas sería despiadado. Y Moreno triunfante, que renunció al balcón presidencial para bajar a la calle soberana y abrazadora. Tampoco él había preparado su discurso de recepción del resultado electoral. Por eso fueron todos tan triviales, tan bostezables.

Quién sabe si hubiera sido peor que hubieran preparado el discurso. Hace tiempo que la política ha dejado de consistir en un uso elegante y vigoroso del lenguaje . Los políticos modernos se dejan llevar por su vulgaridad natural, y a eso lo llaman hablar el lenguaje de la calle. Como si la calle fuera tan insustancial como ellos, y no supiera distinguir entre el lenguaje del autobús o la retórica celulítica de las playas y la sagrada oratoria parlamentaria. Al pueblo le gusta que los políticos hablen bien, que huelan bien, que vayan al trabajo duchados y bien vestidos. Cuando los políticos alardean de emplear el lenguaje de la calle, quiere decirse que carecen de la preparación y la sensibilidad suficientes para utilizar otro de mayor nivel, igualmente comprensible. La vulgaridad política es casi siempre vulgaridad retórica, porque somos lo que hablamos y cómo lo hablamos. En eso consiste la personalidad .

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