Luis Miranda - VERSO SUELTO

Contando varas

Habría que preguntarse qué hace una política en una procesión que sale gracias al dinero de sus hermanos

Luis Miranda
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

POR esas cosas de la Providencia, que quiere que lo bueno se aprenda al mismo tiempo que se rechaza lo que no lo es, tengo guardado un momento de estupendo ridículo al lado de uno de los recuerdos más bellos, por intenso y por compartido, de cuantos me han dado las imágenes en la calle. Pasó en Sevilla hace ahora siete años, en un noviembre frío y repentino, mientras las imágenes titulares de una cofradía volvían de forma sencilla a su templo.

Tras una larga fila de hermanos vestidos de forma tan austera y oscura como impecable, por fin estaba llegando la imagen y cuando parecía que nadie podía poner los ojos en otra cosa y que hasta había que parar la respiración para no romper la revelación que se estaba dando, había una mujer, no muy lejos de mí, a la que no importaba lo que la imagen le contase.

Se había entretenido en las varas de la presidencia y andaba identificando en voz alta a la gente que iba en representación, quizá preocupada de si tal cofradía había mandado al hermano mayor o a un oficial menor. Como si el Señor, que ha visto nacer y morir generaciones durante casi cuatro siglos, saliese para que hubiese gente que se hiciera fotos delante de Él.

En realidad no es más que una nota a pie de página, una tristísima anécdota de un momento que los que estábamos allí reviviremos mientras nos dure la memoria, pero antes y después conocí a muchos que con gusto hubieran ayudado a esa mujer a contar varas, escudriñar representaciones y olvidar lo importante para no perderse el prescindible espectáculo del podercillo temporal.

Hubo un partido de Córdoba, de esos que no tienen otro programa que el de fastidiar lo que gusta a los demás, que consideraba crucial (con perdón) que los concejales no fuesen a las procesiones, y aunque ellos lo decían por hacerse los malotes, después de la risa condescendiente que se merecen habría qué preguntarse de verdad qué hace un político en una procesión que sale a unas calles que son de todos pero que no ha construido el Ayuntamiento, y gracias al dinero que los hermanos aportan porque quieren. Y sobre todo a quién le importa qué políticos ocupan sitio cuando el paso avanza, la Virgen llora, la música suena y hasta el aire y la luna se han conjurado para bajar hasta Córdoba un pedazo de cielo.

Para curarse de estos afanes no hay una mirada más pura que la del niño o la del neófito que se asoma a un mundo que no es el suyo o que llega a una ciudad extraña. Entonces todas las caras humanas son la misma, simples personas como las hay a patadas y que nada pueden cuando están los pasos en la calle, aunque sus manos sean las que han hecho el milagro y el Padre, que ve en lo escondido y lo sabe, lo recompensará.

Cuando el cofrade ha descendido al sótano diáfano de la inocencia resulta que no tendrá importancia quién lleve las varas y ni mucho menos pensará nadie en que si son del Gobierno, de la oposición o uniformados de instituciones con tan buena voluntad como poca pertinencia real. Siempre es preferible que la alcaldesa esté cerca de las hermandades que enfrentada y con su gente tirando chinitas, pero la llave de las cofradías siempre la tendrán los que trabajan dentro de ellas y el protagonismo, Quienes están encima. ¿O poner el interés en un concejal no es como lo de aquella mujer que miraba trajes sin darse cuenta de que tenía encima al mismísimo Gran Poder?

Ver los comentarios