Apuntes al margen

La ciudad de algunos

El caso de la fallida cesión a la prohermandad de la O retrata que la participación ciudadana es, en realidad, mera política. Dejar un trozo de patio era una cuestión de buena vecindad

Público en la salida de La O, con el centro cívico de Fátima a las espaldas Álvaro Carmona

Rafael Ruiz

Igual es porque soy de pueblo , que no acabo de entender en toda su profundidad qué tornillo le falta al menda que decidió que la prohermandad de la O no pudiese disfrutar durante unos días del espacio que reclamaba, el patio de acceso al actual centro cívico que en su día sirvió de tétrica entrada a la penitenciaría de Córdoba. Como se ha contado durante las últimas semanas, la futura entidad civil cofrade había requerido al Ayuntamiento de Córdoba por segundo año consecutivo que le prestase unos metros cuadrados de su patio para el proceso de montaje y desmontaje de la imagen de su procesión que sale a la calle, según me tiene informado mi compañero Luis Miranda , la víspera del Domingo de Ramos. Al parecer, las dimensiones de la imagen y el paso son incompatibles con la puerta de la parroquia, lo que obliga a montar una carpa. La solución que buscó la junta de gobierno, si es que ese es el nombre, era hacerse cargo de los gastos de seguridad y pagar la limpieza de los días necesarios asegurando que sus actividades nunca generarían un problema en la dinámica del centro cívico.

El gobierno municipal se ha agarrado como una lapa al reglamento que regula los centros cívicos que impide la celebración de actividades religiosas. Hasta la jefa de la Asesoría Jurídica, Mercedes Mayo, profesional del Derecho de bastante sentido común, le explicó al equipo de gobierno que una cosa a es «dentro» y otra «fuera», al estilo de «Barrio Sésamo». Que esa normativa, que efectivamente existe, permite perfectamente realizar una actividad en el perímetro interior del edificio sin que las actividades de una organización religiosa generen tensión alguna en el santo laicismo que tanto preocupa al actual equipo de gobierno. Tanto es así que se proponía la vía intermedia de permitir el uso del patio para las labores de montaje y realizar la salida oficial de todo el meollo cofrade una vez en la puerta de la parroquia del barrio .

Al parecer, las negociaciones se rompieron con la alcaldesa propiamente dicha. La prohermandad fue llamada a Capitulares por Isabel Ambrosio , que les ofreció el patio de un colegio, que se ve que es laico pero menos , para el montaje de marras. Puestos a verle desventajas, se imagina uno que más contrariedad generaría la cosa en un equipamiento escolar abierto que en un centro cívico, que tampoco es que sea un hervidero de actividad, oigan. Un problema con las medidas ha hecho inviable el acuerdo y la prohermandad tendrá que gastarse los cuartos vivamente.

En esta cuestión, llaman poderosamente la atención dos cosas . Una es cómo se apela a la normativa vigente para aquellas cuestiones que interesan. El reglamento de centros cívicos ha sido mil veces vulnerado con reuniones políticas con el objetivo de ahorrarle el alquiler de espacios a los de la gente, marca registrada, sin protesta alguna. E incluso se ha hecho una reforma a la medida para que los partidos políticos puedan usar estas instalaciones tal y como le venga en gana. Otra cuestión a tener en cuenta es que no ha habido nadie en el debate político-vecinal que, desde el flanco progreguay, ha intentado calmar las cosas y aplicar un poco de sentido común . Ceder un patio sin uso a una entidad, la que sea, que se compromete a respetar los bienes públicos parece cosa de buena vecindad y colaboración. Hete aquí que pareciese que hay una ciudad de algunos, de disfrute solitario, onanista , diríase que pajilleril. Con su pan se lo coman, pues, pero al menos que lo paguen de su bolsillo.

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