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Las huellas del horror
Actualizado: 16:10

DIEZ AÑOS DEl 11-M

Las huellas del horror

Bocados de metralla en Atocha, el altar de la calle Téllez, los dibujos de El Pozo, la placa vecinal de Santa Eugenia... La herida no deja de sangrar

10.03.14 - 16:10 -
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Recuerdo de una víctima en el 'altar' de Téllez. / A. Ferreras | Virginia Carrasco
Acceso a los andenes del intercambiador de Atocha. / A Ferreras | Virginia Carrasco

Tres tremendos bocados en la pared de hormigón, a cuatro metros de altura del andén, en sentido lateral al quinto coche que circula por la vía dos de la estación de Atocha. Tres mordiscos casi imperceptibles para el viajero, si no es desde la pasarela superior del Cercanías, después de elevar el tronco por la ennegrecida valla de seguridad.

Allí siguen indelebles al paso del tiempo, diez años ya desde los atentados del 11 de marzo de 2004, las huellas de las explosiones. Unas cicatrices que dibujan el cuerpo de la terminal con mayor movimiento del país. Una estructura de 153 años que nació como embarcadero y que con el paso del tiempo, incendios y ampliaciones mediante, se ha convertido en la punta de lanza de la velocidad ferroviaria europea.

Esa misma velocidad que ahora vende la 'marca España' trasladó aquella fría mañana, en el tren número 21.431, las tres bombas que reventaron en el interior de la estación. Las primeras de una cadena de explosiones que duraron dos minutos (de 7:37 a 7:39) en cuatro escenarios diferentes: Atocha, calle Téllez, a escasos 500 metros de la terminal, y los apeaderos de El Pozo y Santa Eugenia, dos barriadas populares de Madrid.

Si los bocados de la metralla son los vestigios en Atocha, en Téllez existe un recuerdo vivo a las víctimas: los ramos de flores adosados a la valla que separa el tren de la carretera y las fotos de Livi Bogdan y Tivor Budi, dos de los 192 fallecidos. Todo ello colocado en una suerte de altar que aviva el recuerdo de los pasajeros que cada día cruzan por ese ominoso lugar. El lugar exacto donde explotaron cuatro bombas del tren 17.305. La imagen del cuarto vagón abierto como una lata de sardinas quita todavía el aliento.

«Madrid, te quiero»

La siguiente parada de la línea del Corredor del Henares, en sentido inverso a la cadena del terror del 11-M, es Entrevías, donde aquella mañana la suerte se apiadó de decenas de viajeros. No explotó ninguna bomba. Lo hicieron en El Pozo del Tío Raimundo, un coqueto apeadero con cubierta de madera y algunas goteras, ubicado en el populoso barrio de Moratalaz.

Dos artefactos volaron el tren 21.435. De aquello quedan recuerdos en el exterior de la estación. De espaldas a un estanque conmemorativo de granito cuelgan de un muro una docena de dibujos protegidos en vitrinas para soportar las inclemencias del tiempo. Rezan lemas como 'A los niños que no llegaron a la escuela' o 'Madrid, te quiero', de afamadas firmas como Forges, Peridis o De Mingo.

El viaje del recuerdo pasa por Vallecas y concluye en Santa Eugenia, con el ruido de ambiente de los vehículos que cruzan la autovía de Zaragoza. Allí una bomba reventó el tren 21.713. A escasos treinta metros, frente al apeadero, una placa promovida por los vecinos mantiene viva la memoria. Habla de una tormenta de fuego y hachas aquel 11 de marzo. Pero también de ausencia y de vidas.

Las mismas vidas en forma de nombres que tatúan la membrana cilíndrica que se eleva, como un globo aerostático, en el interior de la cúpula de vidrio de la estación de Atocha. Un faro lumínico de once metros erigido en 2007 en memoria de los fallecidos. «Porque no hay razones, ni religión, ni poder; nada más valioso que una sonrisa, una vida», reza una frase anónima inscrita en la cápsula transparente. «Algunos luchaban contra las dificultades por vivir, otros luchan contra la vida por una sinrazón», señala otra.

Por ese monumento pasan cada día 800 personas, entre ellas el padre de una de las fallecidas aquel fatídico jueves, que dedica cinco minutos todas las mañanas de camino al trabajo. Nunca entra. No quiere pisar ese espacio del recuerdo de los 192 fallecidos. Quizá para no identificarse con frases como esta: «Hace falta mucha fantasía para soportar la realidad».

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Un turista oserva la membrana transparente que se eleva en el interior de la cúpula en memoria de los fallecidos en Atocha. / A. Ferreras

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