Fachada principal de los lujosos almacenes Harrods de Londres
Fachada principal de los lujosos almacenes Harrods de Londres - IGNACIO GIL

Pelea por las propinas en Harrods

Los camareros acusan a los propietarios qataríes de los grandes almacenes de quedarse con el 75% del concepto «servicio» de las facturas

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Los almacenes Harrods, con 183 años, son una atracción turística de Londres y los más famosos del Reino Unido (aunque los favoritos reales de los ingleses son probablemente John Lewis y Selfridges). Hasta mediados de enero, aquello está de bote en bote al reclamo de sus rebajas, que realmente incluyen chollos. Pero en Londres no se habla estos días de sus descuentos, sino del problema de sus propinas.

Los 483 camareros y cocineros de los 16 cafés y restaurantes del gran almacén de Knightsbridge se han hartado de que los propietarios qataríes se queden con el 75% del dinero que se ingresa por el concepto «servicio» de las facturas. A través del sindicato Voices of the World, que apoya a trabajadores inmigrantes, han amenazado con manifestarse el sábado para pedir que el dinero de las propinas acabe en sus bolsillos.

«Los clientes esperan que el servicio que se carga vaya al personal y es a donde debería ir. Si Harrods necesita retener ese porcentaje debe explicar por qué», reclama Petros Elia, dirigente del sindicato.

El almacén es propiedad del fondo de inversión de la Familia Real de Qatar, que se lo compró en 2010 al egipcio Mohamed Al Fayed, por 1.800 millones de euros. Al Fayed cobró relevancia por ser el padre de Dodi, el novio con el que se mató Lady Di en un choque en París. Como vestigios de su etapa sobreviven en la tienda una barroca escalera mecánica egipcia, tipo hotel de Las Vegas, y un monumento kitsch en el sótano, consagrado al amor de Diana y Dodi.

La propiedad qatarí ha reaccionado ante la protesta de sus camareros y anuncia que revisará el sistema de propinas, aunque no confirma ni desmiente que se esté quedando con el 75%. El debate se produce en medio de un vacío legal. En mayo, el Gobierno sopesó regular el sistema de gratificaciones y el ministro de Industria declaró que «deberían ir a la gente a la que en teoría se destinan». Cada local es un mundo. Lo habitual en la capital británica es que aparezca incluida en la factura en concepto de «servicio». En un restaurante de gama asequible suele oscilar entre las tres y las cuatro libras sobre una factura de treinta y tantas. Otros locales no la incluyen en la nota y queda al albur del cliente.

Los propietarios qataríes no deberían tener problemas para ser más generosos. El negocio marcha. Las ventas del almacén, que ocupa un solar de 20.000 metros cuadrados, crecieron un 4% en el último ejercicio y la campaña navideña ha resultado excelente. Marcas caras como Gucci e Yves Saint Laurent han sido las más demandadas durante las fiestas. La debilidad de la libra anima a los turistas, pero realmente allí —como en todo el planeta— quienes se rascan el bolsillo con temeridad son los árabes, los nuevos dueños del barrio de Knightsbridge, y los asiáticos.

El lema de Harrods es «todas las cosas para toda la gente» y en sus buenos tiempos se decía que allí se podía comprar «desde un elefante hasta un alfiler». Pero el mundo ha cambiado. En 1976 las leyes prohibieron la venta de animales salvajes y hace dos años cerró su tienda de mascotas. Lo único que muerde hoy allí son algunos precios.

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